Claudia Masin - Corazón salvaje

3 poemas de Claudia Masin, de El cuerpo, Volcán Azul Libros.

Corazón salvaje


pero las historias como la nuestra no terminan bien,
dijiste. los animales raros pertenecen a los bestiarios
y se los señala con recelo, con risa,
con espanto: tienen astas, tienen uñas y garras,
tienen ojos y hocicos, sí, como los otros, pero todo
en ellos es desproporcionado: demasiado pequeño,
demasiado grande, no son domesticables, no responden
a la ternura ni al llamado, no aceptan un nombre
ni quieren la compañía humana, se aparean
y perpetúan una especie que no le importa a nadie:
ni para ser queridos ni para ser comidos sirven,
entonces sería mejor que no estuvieran, entonces
sería mejor matarlos. Hasta el latido
de sus corazones es desacompasado. No me digas
que soy lo más salvaje que conociste nunca, no me digas
que es hermoso ser salvaje. encendámonos
como un fósforo en la noche. Que la cabeza, el cuerpo ardan
y en el momento exacto en que al cruzarnos
seamos el uno para el otro el pedernal, la chispa,
que caiga un temporal y de ese incendio inolvidable
no queden ni las cenizas: para qué
querríamos ser ceniza nosotros que fuimos
la intemperie, el viento que se levanta en la ruta
y hace bailar el polvo, la luz
violenta del disparo que se clava
en el pecho desnudo. para qué querríamos
ser ceniza nosotros
que nos hemos reconocido por el olor,
por la sangre, que nos hemos mordido y desollado
como criaturas que no conocen la diferencia
entre el amor y el hambre.

 

 

Luna amarga


en un universo paralelo, vos y yo
no nos conocemos. es decir: hay menos
dolor ahí, el lugar donde podríamos
habernos cruzado es un camino
invadido por las malas hierbas,
por donde no se puede andar: puras espinas
y alimañas y ortigas. cuando somos animales
tenemos miedo y atacamos a ciegas,
sin cálculo. la crueldad, en cambio,
nos vuelve humanos. el aguijón clavado
donde no mata. en el punto
de máxima sensibilidad, máximo
daño. Yo mantuve en tensión
entre mis dedos
el hilo en que tu vida
se sostenía apenas: era delgado,
era muy frágil. No quería
cortarlo, quería que vacile, que sea
aún más precario. Yo fui
tu esclavo en ese trabajo
demasiado grande para uno solo:
devastar lo que está vivo y sano, en su lugar
implantar la raíz podrida que va a hacer
brotar un árbol malogrado, un árbol
que tenderá las ramas hacia el cielo
y que como todos,
recibirá el agua, el alimento, pero quedará
impedido de saciarse. estoy
cansado de este esfuerzo interminable:
abrir el tajo de nuevo en la madera,
cada vez hundir el hacha
en la parte mellada. cruel
se vuelve el amor
que no sale de sí mismo, crueles
se vuelven las palabras que podrían sanarte
y sanarme si se dijeran pero se guardan,
se acumulan, se esparcen en forma de lluvia
ácida sobre todas las cosas que tuvimos
y tendremos, no me dejes hacerte
el mal que a mí me hicieron. No me dejes tocarte.
Volvamos el tiempo atrás: yo soy un chico,
todavía no fui lastimado. Vos tampoco. estamos
a salvo de la rabia que aún
no nos han descargado encima, somos libres
y antes de que llegue la mañana
en que todo va a empezar,
antes de crecer, logramos
escaparnos.

 

 

El monstruo de la laguna negra


Nos parecemos: fuera del redil
todo es la misma sombra, se termina
el arco de luz que te protege. Si vas
a salir de lo común, mejor que seas
un monstruo poderoso, una criatura
dispuesta a dar pelea. prometéme:
no vamos a convertirnos en la familia
que tuvimos. No vamos a confundir el amor
con una ciénaga donde se mezclan
el odio por la vida, el dolor, el miedo a separarse
porque afuera hay más peligros que adentro.
Adentro está la muerte, lo sabemos, hay que huir
como hemos huido siempre vos
y yo por separado, esta vez hay que irse
tan increíblemente lejos que no haya
regreso posible, neguémonos
a esa partida a medias, a ese estar y no estar,
a seguir alimentándonos con lo que nos envenena.
Yo llevo tus escamas en el cuello como el recuerdo
de lo que pudo ser, de mi pasado,
el nuestro, dos lagartos anfibios, estamos
muertos para el mundo si sabemos escondernos.
Sino el mundo encontrará la manera
de matarnos. Así ha sido siempre:
somos bestias con un caparazón durísimo
y un sentido de la vista tan potente que podríamos
descubrir lo que a cientos de metros se agazapa,
diminuto y certero. Somos capaces
de perder una parte del cuerpo
y restituirla lentamente,
fibras y células y músculos nuevos en lugar
de los enfermos. pero nos creemos la presa,
estamos listos para el látigo
y el encierro. Vámonos de una vez a esos, tus reinos,
que en lo salvaje crezca libre y fuerte lo que aquí
nos hace débiles. Te espero
desde que intenté decir la primera palabra
y fracasé, desde que supe que no sabría hablar
el idioma que me dieron, que no quería
palabras tan llenas de culpa
y de tristeza. las bestias
se adoran en silencio como dioses
que nadie más venera,
dioses que no aprendieron a castigar, que creen
en las enfermedades que se curan, en las fuerzas
que vuelven después
de una larga convalecencia, en la alegría
de soltar el cuerpo, una plomada
cayendo en el agua con un ruido sordo,
hundiéndose hacia la maravilla que hay allá,
en las aguas tornasoladas, profundísimas,
donde hasta el animal más tímido y arisco
puede mantenerse vivo si no cae
en las redes que le tienden para que vuelva a la tierra
a boquear al sol hasta volverse
una criatura normal que está dispuesta
a abandonar lo que más quiere por un poco de aire,
una supervivencia
en la que solo la punzada en las agallas
le recuerde a veces
que hubo un tiempo sin dolor, un tiempo
plácido, el tiempo de las mareas,
sin fin y sin comienzo, el de las criaturas raras,
las que no entran en ninguna clasificación:
feas, sucias, malas, libres
de la belleza normal, de la belleza mortífera
extranjeras.