Monoambiente - Fede Llera
Ahí me siento
Este balneario no tiene merchandising con su nombre.
Ni la virgencita que anuncia el clima, el delfín de cerámica,
el ratoncito de caracoles, la remera de «no toy, me fui a...»
Nadie vio negocio en hacer algo de este balneario.
Los locales del centro, cuando no están cerrados, ofrecen
la virgencita, el delfín, el ratoncito, la remera, todo, pero
de playas vecinas. Cualquiera dirá que es cuestión de tiempo
las fronteras desaparecerán, de este lugar
no va a quedar ni una ruina. Pero el circo
se instala en la plaza. Un gordo fuma con una boa alrededor del cuerpo
su secretaria en traje de leopardo
le cobra a la gente para sacarse fotos con ellos.
Hay un cerco frente a La Casa del Miedo. Ahí me siento.
Un mimo corta las entradas, la gente en la fila sonríe. La Casa del Miedo:
una puerta roja con dibujos infantiles.
¿De dónde salen tantos autos, tantas luces, tanta gente?
¿Existen o son fantasmas que recrean tiempos cuando
los restaurantes se llenaban, al cine no lo habían tapiado
la discoteca no era un local en venta? A quién le importa.
Yo mismo, si pudiera irme, ni te lo contaría.
Un viento con nombre propio
Un viento termina su ronda de errancia
y vuelve a su ciudad de origen.
Hay que cerrar las ventanas, dijeron.
No quise delatarme forastero
lo creí frío y salí abrigado.
En la calle me encontré
como encerrado en un baño con mil fumadores
la piel tirante puesta a controlar
todos los asados del mundo.
Guardé mi abrigo en el bolso
y marché dentro del Zonda.
Ya estoy de vuelta. Esta vez,
llegué temprano a la terminal
no perdí el micro
ni tuve que correr para alcanzarlo.
¿Hace cuánto vamos y venimos?
Solo a un tonto
lo vuelve a tomar por sorpresa
un viento con nombre propio.
Cancelen todas mis citas
Viendo a los yuppies árabes fumar
en la puerta de la Cancillería
de a ratos me olvido
qué
hago
acá
sin agenda.
Tengo que ser
mi propio secretario
y decirme
«Señor, hace mucho que espera
a quien nunca llegó, no vino
se fue.
Señor, no responde,
lo citaron
a esta hora
hoy
acá
y lo dejaron
viendo a los yuppies árabes hablar».
Vengo del psiquiatra y estoy en éxtasis
Creí llegar a mi tope de rencor
pero los altares no se hicieron escombros
a ningún cristo lo derritió mi indiferencia
ni el agua bendita hirvió
cuando hundí en ella mi mano lenta.
Ahora las imágenes, las palabras,
las plantas del balcón,
tan secas, calladas,
reclaman mi complicidad.
Hay tanto odio en mí
que si no lo riego
no sé para qué respiro.
Doctora Giménez, en sus manos
encomiendo esta bestia.
No quiero molestar a nadie.
Me arrodillo.
Ocupe su lugar en mi templo.
Chiloé
Llegamos a Chiloé
con la idea de escalar montañas.
Las miramos desde abajo
entre niebla, pescadores
y palafitos.
Sumergido, manteníamos a temperatura ambiente
un cardumen de cervezas.
A la tarde, por hacer algo
íbamos
de la ribera al muelle
del muelle a la ribera.
Una vez nos habló una piba.
Nos supo turistas
por ruidosos, por el acento
porque en Chiloé no hay jóvenes. Cuando la perdimos
deliberamos, ¿a quién correspondería
su amor eterno? Nadie le sacó
ni siquiera el teléfono.
Una tarde compré
Antología de Teillier
a un feriante de usados.
Nunca había leído poesía.
De noche
los faroles
se reflejaban
en las profundidades del Pacífico. Nosotros
le arrancábamos cervezas al océano.
«Son cañas que los demonios
le tiran a los pescadores.
Son este anzuelo de sueños
que nos mantiene despiertos», anoté
lejos de mis amigos.
No nos animamos a entrar a los cafés
los prostíbulos del puerto.
Pasamos 15 días
los pies remojados en la misma orilla.
Más que el tiempo que no vuelve
extraño esa manera de perderlo.
La cerveza chilena se dejaba tomar caliente
no teníamos conservadora.
Fede Llera (CABA, 1989) es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, poeta y cantante. Publicó La gimnasia del sinsentido, Dejen ladrar al perro toda la noche. Es cantante y letrista de Vladimir y los Carolina.