Bajo las sombras de una voz
El reciente libro del poeta Joaquín Valenzuela, Sombra de agua (Griselda García) ahonda una mirada lúcida sobre el sentir en relación a la naturaleza. De esta manera, Valenzuela ha escrito un poemario de sobria arquitectura y experimentación sin desbordes, donde se establecen relaciones, uniones y por sobre todo, insistiendo que algo permanece: la mirada del poeta. Sombra de agua, es decir, una contemplación de la vida, de la memoria, del porvenir.
-Joaquín, ¿qué sombras alcanzan a reflejarse sobre estas aguas?
-La sombra de un hombre paseando por un bosque, te diría... La sombra de árboles y pájaros. Sombras de un año. De una casa, una calle. La sombra de una ola, de un faro, de algún barco. La sombra de una voz.
-En tu caso, ¿sueños y poesía se entrelazan con frecuencia?
-En general, no. Al menos no conscientemente… Si a veces aparece algún paisaje que parezca sueño debe ser fragmento de algún sueño, pero olvidado. Escribo sobre lo que veo, escucho. Depende el momento.
-Me gustaría te refieras al clima, al lenguaje sensorial con que se construye la respiración de este libro.
-Jugando con la meteorología sería un clima húmedo subtropical. Un calor que no sofoca o un frío que no quema. Los poemas son bocetos de un instante en un día. Hay admiración a la naturaleza, algo hasta festivo.
-El paisaje se filtra de un modo muy particular. Casi se puede respirar en imágenes…
-Es la intención atrapar al lector en esa correntada de colores, sonidos, panoramas. De repente el ojo se acerca en un primerísimo primer plano y luego hace una visión a vuelo de pájaro, para volver a posarse un una ramita.
-En poesía, ¿dónde radica más lo verosímil: en la musicalidad de los versos, o en lo que ellos denotan?, ¿por qué?
-Supongo que en ambos. Por mi parte empiezo con la musicalidad. Le doy mucha importancia a la musicalidad. Pero espero un equilibrio. Las palabras salen de una caja y se acomodan en la hoja. Para eso hay que escribir y reescribir y sobre todo leerse, leerle a otros. Y acá un buen editor es importantísimo.
-¿Qué poetas en particular acompañaron tu infancia?, y en la actualidad, ¿cuál es tu último descubrimiento?
-En mi infancia María Elena Walsh, y más de entrecasa, mi bisabuela, a quien no conocí pero heredé sus libros de poemas. De chico los leía, recitaba algún soneto de memoria. Y también algunos poemas de una enciclopedia para niños, no me acuerdo cómo se llamaba. Mi madre los musicalizaba y los tocaba en el piano. Yo cantaba. Y nos grabábamos. Último descubrimiento no he tenido, estoy leyendo dos libros de crónicas de John Berger llenos de poesía.
-¿Poesía para cuestionar la realidad o para interpretarla?
-Poesía según las necesidades. Cada uno escribe lo que puede porque creo que así lo necesita.
-¿Qué cosas te producen nostalgia?
-Uf…
-¿Se lee poca poesía?, ¿hace falta un mecanismo de difusión más eficiente con respecto a la poesía?
-Se lee poca poesía. Y es difícil encontrar libros de poesía. Y es difícil seguir a un poeta. Alguien dice “escribo poemas” y muchos piensan “ah… de amor”. Y por ahí ese poeta lee sus versos y la respuesta es: “pará, pará, eso es raro…”. Mientras tanto Internet es un buen sustento. Tanto para formarse, relacionarse con otros autores, mostrar la propia cosecha y disfrutar de la ajena. Por otro lado se escuchan muchas canciones. Por ahí si emparentáramos el asunto, digo para que los lectores u oyentes de poesía sientan que están leyendo canciones, y que ellos, internamente, pueden ponerle la música que esas letras le transmiten… no sé… Todos pasamos en algún momento por un estado sensible, poético, y la mayoría de las veces no nos damos cuenta.
-¿Un poema que te haya marcado?
-Muchos de Oliverio Girondo en la adolescencia, de Lorca, varios de Poeta en Nueva York...
-¿Cuánto más se sabe de poesía, más difícil resulta escribir poemas?, ¿cuáles son los estímulos a la hora de escribir tus poemas?
-Cuanto más se sabe de poesía hay más compromiso. A mí me estimula mucho el lugar en donde estoy cuando escribo: escribo in situ, y escribir me estimula a seguir escribiendo. Leer un buen libro también es muy estimulante.
-¿Qué nos podrías contar sobre los poemarios que llevás escritos hasta la fecha?
-Puedo contar que los tres primeros son como una especie de trilogía, bastantes similares en tono, juegos con las palabras, ambiente. Como bocetos a mano alzada. Estos fueron editados por Ediciones en Danza. Le sigue La casa del deshielo (Huesos de Jibia) donde se intercalan o aparecen más personas, casi todas mujeres: una cocinera, una maestra, una lavandera. He publicado un poemario que se llama La Caracolera, también por En Danza, ya protagonizado por una mujer que se dedica a hacer recuerdos con caracoles, e ilustrado con caracoles de nuestras costas. Hasta llegar acá donde la naturaleza toma el panorama. Creo que todos tienen el mismo eco, son como los círculos concéntricos de una piedrita que se tira en un charco.
Joaquín Valenzuela (Bs. As., 1971), publicó en poesía Actividad física (2007), Doméstico (2009), Varamientos pampas (2011), La casa del deshielo (2013) y La caracolera (2016); en narrativa, la novela Mandarse a mudar (2014).
Augusto Munaro