Geología - Claudia Masin

Malaquita

 

¿Quién te rescataría de la extensa siesta de tu ciudad

pequeña? De la misma paciente manera

en que las peregrinas de la Edad Media

cargaban sus piedras de malaquita, amuleto

contra los peligros del camino y los relámpagos,

en tu viaje llevarías las palabras de los libros,

serenas dentro de su inalcanzable órbita de silencio.

Un satélite más, tu cuerpo, en su lento giro idéntico.

 

La espera de la pasión es la dicha más perfecta,

no su llegada. El metrónomo del verano mide el ritmo

de la sequía, de la lluvia. Cuando ella sí llegue,

será espléndida. Mientras tanto, el peregrinaje va creando

el camino que recorre, como pequeñas puntadas de un tejido:

tu vida. Con las hebras que hubiera.

 

Si no se habita en el mundo, no se puede construir hogar,

calor o piedra que te cubra de los peligros del camino,

los relámpagos.  Entonces, que tu amor a las palabras alcance

a temblar en la vacilación de la luz en el instante

que precede a la total oscuridad. Se desvanezca

cuando la luz se desvanezca y solo entonces.

Que aún allí toque tu cuerpo y lo encienda.

 

 

 

Resistencia

 

Nací en una ciudad rodeada por defensas de tierra.

Montañas de utilería para que cuando llueva,

el río, en su crecida, no invada nuestras casas

y arrase la ciudad. Pero se ha tenido la precaución

de construir murallas precarias, abiertas. Para mantener

al enemigo vivo. Los que hemos nacido en Resistencia

tenemos para qué levantarnos cada mañana:

quien tiene a qué temer ya no está solo.

 

Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvia

amarillas. Nos sentimos impermeables

cuando caminamos por las calles, cómplices

como sobrevivientes de un desastre secreto.

Una vez, la lluvia nos sitió por tres días y tres noches. 

Los chicos soñábamos con la amistad del agua,

salir descalzos a la invasión, cada gota

un disparo fresco en el pecho. Pero permanecíamos

tras las trincheras, cristales dibujados al vapor

con nuestros nombres. Casa del agua.

¿Un barco ebrio? No, mi casa era un blanco quieto.

Guardado en una botella, como una cabaña de los Alpes,

una miniatura olvidada en un estante.

 

Soñé entonces con construir un arca, pero no llevaría

animales sino palabras. Las elegiría al azar, por capricho.

Por la música que despedían de sí al ser dichas.

¿No es más importante preservar la belleza que la especie?.

Zarparía en silencio hasta que la tierra

se perdiera de mis ojos por la distancia y el diluvio.

¿Noé sabría de su audacia al huir?. Soldado que huye

sirve para huir de la próxima batalla.

 

¿Y si escribir no fuera temblar en la tormenta sino

- a lo sumo- presumir bajo el alero? 

¿Y si la crecida  de las aguas no existiera?

Un mito. La fundación de algo. De una ciudad: Resistencia.

Construida para ofrecerse a un ataque imaginario,

a una corriente asesina que no existe. Acuario seco

en que los peces sofocados resistimos

hasta que las agallas sangran. Nunca fue cierto

que en las guerras se venciera por un arte sutil

de resistencia.

                                                                      

 

 

Grafito

 

Una noche de luna llena, en la hamaca del jardín,

están sentadas. La madre canta una canción

que repite y repite, podría decirse hasta el cansancio,

sólo que la hija no se cansa: se encanta, se duerme.

Desde esa noche, para la hija, escribir

será escribir la pérdida de ese momento.

La escritura de la canción de la madre demora

el final de la canción misma. Las palabras

existirán para crear esa demora, un instante

suspendido entre la voz y el silencio. Y por eso,

la hija las escribirá con esa facilidad dichosa

con que sólo pueden hacerse

ciertas cosas imposibles.

 

 

 

Hans

 

Vas a tomar de las palabras lo que pueda servirte para decir

de las formas impronunciables que adopta la tristeza.

¿Qué es lo que quisieras decir?  Tal vez que por las noches

salías a ver cómo se formaba la tormenta,

y la electricidad del aire te capturaba como un halo

dentro del cual te convertías también en pura radiación,

en pura espera decidida, tensa. O que la primera

vez que te quedaste a solas con el aguacero pensaste

“no se cae la noche por ser tan hermosa”,

pero sin embargo temblaste, capturada

por esa forma insólita de la pasión que es el miedo.

 

Mirabas las ramas torcerse bajo el peso invisible

del viento, la violencia del agua arrancando las hojas,

el jardín expuesto en su desnudez. Un paisaje hecho

para el sol no resiste la visita de la noche. ¿Cómo

diferenciar desastre de belleza? Si es tan similar

la devastación que ambos dejan detrás, el desconsuelo

que provocan al irse, si alguna vez han estado

cerca nuestro. 

 

Eras, en la oscuridad de la tormenta, como una exploradora

que ha extraviado la brújula y espera, en la completa

soledad, una señal de los astros, una complicidad azarosa

e improbable que la lleve de regreso a casa.

No es verdad que las exploradoras no temen

ni que la infancia transcurre en una larga y luminosa mañana.

El miedo otorga un nombre como una moneda falsa

para comprar un espacio en el mundo, en el lenguaje.

Una palabra sola y el territorio de pura luz queda vedado,

minada la gratuidad de la única alegría real,

que es la del cuerpo. 

 

 

Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Vive desde 1990 en Buenos Aires. Coordina talleres de escritura. Publicó los libros de poesía: Bizarría (Nusud, Bs.As., 1997), Geología (Nusud, Bs.As, 2001, reeditado por Curandera, Bs.As., 2011, Caleta Olivia, 2018), La vista (Visor, Madrid, 2002, reeditado por Hilos, Bs.As., 2012), que ha obtenido por unanimidad el Premio Casa de América de España en 2002; Abrigo (Bajo la luna, Bs. As., 2007), La plenitud (Hilos, Bs.As., 2010, Raspabook, Murcia, 2014), El secreto(antología 1997-2007)” (Ed. De la Paz, Resistencia, 2007), el libro de fotografías y poemas El verano (Ed. De la Paz, Resistencia, 2010), La siesta (Ed. Naveluz, UNAM, México, 2015) y La materia sensible: Antología personal (Viajero Insomne, Bs.As., 2015), entre otros.