Puede que la muerte mienta - Natalia Romero
Herida
Con la herida abierta,
me dijo.
No fue una noche tranquila,
tampoco la vez que vi los pájaros
acercarse al suelo
piar tan fuerte,
y no grité.
Fue la vez que dije no quiero.
Fue una tropa de caballos salvajes
atravesando su cuerpo
hasta llegar al mío.
El corazón me daba golpes en el pecho.
Ser la culpable
era una sentencia
y yo lo sabía.
Nunca preguntaron por mi herida.
Ahora puedo dejarla al descubierto
sin más refugio que el sol
para secar lo que duela.
Puedo vivir con la herida
en la punta de la mano
pero nunca como un arma.
El mal no es real,
quise decirle.
El mal es una confusión, pensé.
Frío
Vi el cielo aclarar
y entonces, dormí con la luz.
Yo sí despertaría.
Estaba viniendo una tormenta
el viento movió los árboles
y los hizo sonar como el mar.
No se trata de lo que pueda decirte.
Es un día de calor en diciembre.
¿Hace frío allá?
¿Sentiste entrar a tu cuerpo el aire helado?
Tuve miedo de que fuera cierto.
Lo que vino fue un golpe de aire
viento arrebatado fresco
que me zumbó.
Si estás muerta no te voy a ver más.
El destino no existe.
Cada estrella que titila está hablando,
quisiera saber
lo que dice.
Santa Rita
Volvió a brotar la Santa Rita, me dice
vieras qué bonitas sus flores.
Mi abuela se despide de la vida
en un lento devenir
que podría ser igual
al de las estaciones.
Por momentos lo sabe,
no sé si lo oculta.
Un alma puede crecer tanto
hasta unir tierra y cielo
y así, decidir lo que abandona.
Astro
No vemos su forma
pero sí la marca
que deja,
al caer sobre la ruta
corta el medio del campo,
donde nadie nos espera.
Acá podemos admitir derrotas
y hasta olvidarlas.
Una luz rosa
y esos dos molinos
uno al lado del otro,
sin rastros
de quien los construyó.
No hay nada con el sol
no es más que el sol
y sigue ahí.
Todos los días de mi vida
va a estar en el cielo.
Lo que nos rodea
no sabe que estamos
en ese segundo que se apaga
ni bien ocurre
y esa garza que vuela al ras
del suelo tampoco nos ve.
Ni los caballos de crines largas
marrones vivos.
Todo lo que invente ahora
existe
cuando la belleza es tanta
que ni lloramos,
el aire parece de oro
quiero tenerlo siempre
con la misma seguridad que al sol.
Roble
La abuela muere lento,
nunca vi morir lento a nadie.
La abuela se va de la vida
como un gran árbol
que se prende fuego
y aun así sostiene su base,
el tronco muestra la red principal
para sostener el flujo de los días.
Para que sobreviva algo
de lo que rodea el incendio.
Lourdes
Ella debe saber algo que no sé,
hace un rato me mandó fotos
y pude ver las cosas que mirabas.
Ella debe saber algo que yo no sé.
Qué tengo que hacer con tus cosas
que todavía están en el mundo.
Con la marca de tu letra en los libros
la nieve que no vimos,
las luces prendidas
de la ventana de tu casa.
Tu voz guardada en el video.
Qué hacer con el lago que hoy conocí.
Ella me mostró todo,
pero no puedo contártelo.
El azul del cielo,
me pregunto si así lo veías
confundido con el agua,
vi en las fotos hasta el reflejo de la ciudad en las nubes,
una playa abierta
y otra vez,
el azul del cielo.
Miedo
Puede ser que ahora mismo nadie venga.
Nadie irrumpa en la casa
nadie corte el filo del alambre
salte el barro crecido
rompa el tronco de los árboles
o enfrente los ladridos de mi perra.
Puede ser que ahora mismo
me adueñe de la tarde
creyendo que el cielo
alumbra para mí.
Y que nadie venga.
Puede ser que deba quedarme
en esta quietud amable
que me pide por favor
no te vayas.
Puede que la muerte mienta.
Apuro la vista sobre las flores
antes de que caiga la luz.
Natalia Romero nació el 21 de febrero de 1985 en Bahía Blanca. Publicó Nací en verano (2014, El Ojo del Mármol) y El otro lado de las cosas (2017, Colección Título, Blatt & Ríos). Coordina El otro lado de las cosas, talleres de poesía y escritura. Dirige la pequeña librería A cien Metros Orilla. Algunos de sus poemas pueden leerse en www.todaslascostas.blogspot.com