El revolver de Maiakovski - Matthew Dickman por Martín Vázquez Grillé
Matthew Dickman, por Martín Vázquéz Grillé
No hace mucho leí por primera vez a Matthew Dickman. Lo primero que me generó fue: muchas cosas al mismo tiempo, asombro, goce, envidia, ganas de más, admiración. ¿Cómo alguien podía escribir semejantes poemas con semejante naturalidad? ¿Cómo se puede decir casi cualquier cosa dentro de un poema? Porque la sensación con M.D es esa: habla de todo, o casi todo. Como Whitman, o como O’Hara, pero como Dickman.
Entonces busqué información: supe que es del 75, que tiene un hermano gemelo que también es poeta, que su medio hermano, unos 10 años mayor, se había suicidado. Busqué más poemas y compré su segundo libro: Mayakovsky`s Revolver, libro que según leí, fue una especie de sensación en USA. Entonces, ya no con poemas sueltos, sino con los 37 poemas que componen el volumen de tapas negras y tipografía low-fi empecé a sumergirme en los textos. No son fáciles, pero sí. Son extremadamente intensos, por momentos, y de repente salen a la liviandad de la superficie, cuentan pequeñas historias, anécdotas, que quedan pulverizadas en la velocidad de los saltos y el ritmo. Se hacen humo. Van y vienen entre el plano de los vivos y el de los muertos con la fluidez del agua que se revuelve en un estanque.
El hermano muerto siempre está ahí, se aparece en forma de montaña de ropa, o como un fantasma sentado sobre su propia tumba. Pero también están las aguavivas en el mar, las parejitas queriéndose en las afueras de un cementerio, los muchachos terribles que abusan de otros en el baño. Y Dickman lo dice todo con naturalidad, no al pasar, sino todo lo contrario.
Con la consciencia de la propia luz y de la propia sombra. Se hace cargo. Cuando hay dolor, no reniega. Cuando hay oscuridad, se hace parte. Cuando hay dicha, se ríe.
Una celebración en la oscuridad, una fiesta negra, black celebration.
Por todas esas cosas elijo a Matthew Dickman para presentarlo en esta antología, porque además me parece una voz original, genuinamente original, dentro del panorama actual de la poesía norteamericana y porque como él mismo dice en uno de sus poemas: yo quiero ser bueno conmigo.
Ajmátova
¡Es cierto! Ahora me acuerdo. Estaba en la playa
mirando hacia Haystack Rock,
metiendo el dedo en la boca de unas anémonas,
sus tentáculos recorriendo mis nudillos, le estaba susurrando
la palabra hermano
a una, y la palabra hermana a la otra
aunque quizás eran las dos cosas a la vez. Yo quería estar cerca
de otras especies. Había estado leyendo acerca de las oscuras ventanas
por las que Ajmátova espió
para ver si su hijo había sido liberado de la cárcel. Mientras daba una vuelta
entre los charcos en la orilla del mar
sintiendo que había hecho un buen trabajo siendo yo mismo
escuché a mi maestra de tercer grado
diciéndome al oído
¿qué te pasa? ¿ querés ser un estúpido toda tu vida?
Era monja y llevaba puesto, me imaginaba yo,
un rosario de alambre de púas bajo su blusa blanca.
No importa cuánto tiempo ponga mi dedo en el mundo natural,
no importa cuántas veces confunda a las moscas
que vuelan sobre la basura con estrellas, el hijo de Ajmátova todavía estará encadenado
a una pared, el mar seguirá rompiendo
contra la roca, y una parte de mí estará sentada cerca
de una ventana en el aula, la cabeza gacha, mi esqueleto caliente
dentro de mi cuerpo, mis hermanas y hermanos vivos en los charcos salados
del mundo.
Oscuro
En mi departamento hay una foto
donde mi hermana más chica sonríe junto a una copa de vino, la copa
oscura conteniendo todo el rojo en su cuenco perfecto
y ella es perfecta, también, para siempre en su vestido negro
con sus hermanos dando vueltas
alrededor. Soy como vos y no puedo dormir, aunque tal vez
estés lavando los platos o mirando una película, yo ya di vueltas por la cama,
comí cereales, lloré
con las hazañas de un programa de cocina donde un sureño
ganó la competencia semanal
con un pastel de calabaza. Me había olvidado de lo valientes que somos, lo
oscuras
que pueden ser nuestras vidas, y en la oscuridad pesadas
y llenas de humo. Tengo dos monedas en el bolsillo. Veinticinco centavos
de Nebraska
y cinco centavos de ninguna parte, una para cada ojo.
Una para perderla en la calle
y la otra para tirarla en el aire de las oportunidades. Los campos fríos de
Nebraska
y los largos caminos. Cara o ceca
para la chica que se corta a sí misma y cara o ceca para el chico
molido a palos
en el baño, obligado a arrodillarse
mientras su enemigo de quince años finge hacérsela chupar.
Oscuramente
serio acerca del amor no puedo imaginarme lo quebrado,
o lo destruido que está
volviendo a casa bajo los pesados robles, o como lo va a resolver-
subiéndose a un techo, metiéndose adentro de un armario,
deslizando una cuchilla sobre su tierno brazo
como si fuera un dedo acariciando una ventana oscura, la lluvia y el calor
afuera
que la hacen gotear, el agua corriendo, la luna iluminando
la condensación...
Lo que quieras
Mi hermano vivo
nos ofrece la cena. Despliega el menú como un par de alas
sobre la mesa. Lo que quieran
dice. Su voz cálida sobre el cielo brillante de los cubiertos.
El otro,
mi hermano muerto, está sentado
en la oscuridad de la tumba, con la espalda apoyada contra su nombre.
Yo camino por ahí con la droga que más me gusta
adentro mío. Se está sacando una cascarita que tiene en la muñeca.
Me mira, abre bien grande,
los brazos sobre el pasto. Lo que quieras, dice. Su cuerpo
que empieza
a perder el color, su voz que se va despacio.
Lento (Versión Sandra Toro)
Más que poner otro hombre en la luna,
más que un propósito de yogur y yoga para año nuevo,
necesitamos la oportunidad de bailar
con desconocidos hermosos de verdad. Un lento
entre el sofá y la mesa del comedor, al final
de una fiesta, mientras la persona que amamos salió
a buscar el auto
porque empezaba a llover y si algo se nos moja
le rompería el corazón. Un lento
para traer la noche a casa, para romperla. Dos personas
hamacándose como una boya. Nada extravagante.
Una musiquita. Una botella de whisky vacía.
Es un poco como ser infiel. Tu cabeza apoyada
en su hombro, tu aliento que sube por su cuello.
Tus manos le recorren la columna. Las caderas de ella
se desdoblan como una servilleta de algodón
y empezás a pensar cómo es que todas las estrellas del cielo
están muertas. Mi cuerpo
habla lento con tu cuerpo. La Melodía encadenada o
Escalera al cielo, un lento con eléctrica. Toda mi vida
cometí errores. Chiquitos y crueles. Hice mis planes.
Y no llegué nunca. Comí mi comida. Tomé mi vino.
El lento no importa. Es todo inocencia como los chicos
antes de los cuatro. Como estar en los brazos
de mi hermano. El lento de los hermanos.
Dos hombres en medio de la sala. Cuando bailo con él,
uno de mis grandes amores, es totalmente humano,
y cuando gira para hacerme un dip o lo piso
porque los dos llevamos, pienso que
uno se va a morir primero y el otro va a sufrir.
El lento de lo que vendrá
y el lento del insomnio
chorreando por el piso como agua de la bañera.
Cuando la mujer con la que duermo
está en el baño, desnuda,
cepillándose los dientes, escupe en el lavatorio
el lento del ritual. No hay nadie que nos salve
porque no hay necesidad de ser salvados.
Te lastimé. Te quise. Corté el pasto
del jardín de adelante. Cuando la desconocida del vestido blanco
cubierto con un millón de cuentas
viene hacia mí como un candelabro hipersexuado viviente,
la agarro de la mano. La hago girar para un lado
y para el otro. Es el bosque de almendros
del baile lento y oscuro.
Es lo que tendríamos que estar haciendo. Desguazar
en busca de alegría. El haiku y la miel. El lento de la naranja y el orangután.
V (Versión Sandra Toro)
La flaquita que va codo a codo
con la hermana menor
tiene una remera que dice
HABLAME EN NERD
y yo quiero,
quiero poner mi bolsa de las compras en el piso
atrás de la boca de incendio
y susurrarle al oído algo sobre la división.
Quiero pararme atrás de ella y deslizarle
un solo dedo por la columna
mientras me cuenta de sus correlativas.
Tal vez se queje un poquito
cuando le diga que x es igual a menos b
más menos la raíz cuadrada
de b al cuadrado menos 4(a)(c), todo
elevado a la segunda. Pero tengo esperanzas.
Le puedo mostrar mis historietas
y mi Playstation. O podemos sacar
las cartas viejas de D&D;
y sentarnos en el sótano a la luz de una vela.
Sé suficiente sobre el Dr.Who,
la Enterprise y la Flota Estelar
como para sacarle la remera y desabrocharle el jean.
Podemos desarrollar la Teoría de las cuerdas
por todo su dormitorio.
Podemos doblegar juntos el espacio-tiempo.
Pero a lo mejor no es eso lo que pide.
El mundo viene hablando sucio
desde que ella tiene orejas para oír.
A todos nos habla mierda
y no hay nada en la bomba de hidrógeno
que me haga querer usar un anillo para el pene
o hacerlo en la cocina mientras hierve una olla con agua.
A lo mejor, con los hombros caídos como tiene
y el pelo largo tapándole
la mitad de la cara,
ella solamente pide que la consideren
algo más que una noche salvaje, un rizo
de vello púbico, o la estructura rosada
y compleja de los pezones.
A lo mejor quiere que la midan más allá
de la cucharadita de sombra del ano
y el molusco suave de la lengua,
más allá de la ecuación de los miembros, y que la vean
como un absoluto.
Y a lo mejor no será un salto gigantesco
en la ciencia de la compasión, pero es algo.
Así que cuando paso al lado de ella
hago exactamente lo que me pide,
levanto la mano derecha y hago una V
como los Vulcanos cuando le desean suerte a alguien,
esperando que consiga lo que quiere, aunque
tenga que ser en una galaxia muy lejana.
Problema (Versión Sandra Toro)
Marilyn Monroe se llevó a la cama todas las pastillas
de dormir cuando tenía treinta y seis, y la hija de Marlon Brando
se colgó en el dormitorio Tahitiano
de la casa de su madre,
mientras que Stanley Adams se pegó un tiro en la cabeza. A veces
podés mirar las nubes o los árboles
y no se parecen nada a nubes ni a árboles ni al cielo ni a la tierra.
Kathy Change, la performer,
se prendió fuego mientras los hijos de Bing Crosby se volaron
para siempre de la historia de la música.
A veces me sorprende la vida interior de los osos polares. El filósofo
francés Gilles Deleuze saltó al mundo,
y después fuera de él, desde la ventana
de un departamento. Peg Entwistle, una actriz sin ningún
protagónico, se tiró de la “H” del cartel de HOLLYWOOD
cuando todo se veía en blanco y negro
y David O. Selznick era rey, circa 1932. Enest Hemingway
se puso una escopeta en la cabeza en Ketchum, Idaho
y la nieta, modelo y actriz, trepó el árbol genealógico
para darse una sobredosis de fenobarbital. Mi hermano abrió
treinta parches de fentanil y se los metió en el cuerpo
hasta que no fue más su cuerpo. Me gusta
cómo se oyen los gansos sobre el río. Me gustan
los jaboncitos de los baños de hotel porque son hermosos.
Sarah Kane se ahorcó, Harold Pinter
le llevó rosas cuando todavía estaba viva,
y Louis Lingg, el anarquista alemán, prendió un cartucho de dinamita
con la boca
aunque le llevó seis horas
morirse, 1887. Ludwig II de Bavaria se ahogó
lo mismo que Hart Crane, John Berryman y Virginia Wolf. Si vas
de viaje, siempre tenés que llevarte un libro para leer, sobre todo
si es en tren. Andrew Martinez, el activista desnudo, murió
preso, desnudo y con una bolsa
en la cabeza, y en 1815 el aristócrata y escritor polaco
Jan Potocki se disparó una bala de plata.
Sara Teasdale se tragó un frasco de tristeza
después de darse un baño de inmersión
en el que docenas de senadores romanos se abrieron las venas abajo del agua.
Larry Walters se hizo famoso
por volar en una silla de jardín Sears con cuarenta y cinco globos de helio.
Llegó a una altura de casi 5000 metros
y aterrizó. Él era un hombre que volaba.
Se disparó en el corazón. A la mañana salgo de la cama, me cepillo
los dientes, me lavo la cara, me pongo la ropa que más me gusta.
Yo quiero ser bueno conmigo.
Rey
Siempre soy el rey de algo. Aclamado o destruído,
recién coronado, o decapitado. Rey de la hierba sombría
y rey de las sábanas sucias. Me siento en el medio
de la habitación en Diciembre
con las ventanas abiertas, cinco pastillas y una navaja. El secreto
de mi vida. Mi poder asesino y mi poder
de permanencia. Cuando fracasa la erección, cuando el auto casi
choca contra el guardarrail, soy rey. Balanceo mi mano sobre
las hormigas brotando desde la vereda y las convierto en caballeros,
me siento en la mesa del comedor y miro en los profundos
ojos de mi televisor, mi gente. Les digo que el reino
será recordado en sueños de estática. Les digo
que lo que se perdió será recuperado. Entonces me pongo mis Vans
cuadriculadas blanco y negro, exactamente el par de zapatillas
que mi hermano mayor usaba cuando todavía era un ciudadano del mundo
y salgo, salgo a la calle
con mi mapa de los muertos y lo busco,
busco la X que ahora es,
para devolverle el cetro, tomar el manto
rojo de mis hombros y colocarlo alrededor de los suyos, alzar la corona
de mi cabeza y ajustarla sobre sus cejas,
para inclinarme con una rodilla, con las dos
rodillas, y bajar la cabeza para decir despacito mi señor, mi amo, mi rey.
El Revolver de Mayakovsky
Me quedo pensando en cómo
las moras van a hacer que la boca
de un chico de ocho años parezca la de un fantasma
al que le dispararon en la cara. En la oscuridad puedo ver
a mi hermano mayor caminando a través de la maleza
en su cerebro. Lo puedo ver parado
en el lobby del hotel,
solo, a los gritos con la máquina de hacer hielo.
En lugar de la luna
estuve embobado con la luz de la luna brotando desde la tapa de plástico
que encajé en la pared del baño. Online
alguien dice que tiene el revolver de Mayakovsky
y que lo va a vender por solo cincuenta mil dólares. ¿Por qué
no se me ocurrió? Sacarle las medias a mi hermano muerto
y ponerlas en el mercado por algo a cambio,
una entrada para una película, algo
que tenga un ticket, una prueba de que yo estuve ocupado viviendo,
que no estuve toda la noche encerrado llorando,
que no me quedé levantado
dibujando un arma una y otra vez
con un marcador negro, que no recorté
la que me salió mejor, o que no me quedé
frente al espejo, apretando el gatillo de papel hasta que se rompió.
La tumba de mi hermano
Como una ciudad a la que siempre odié, manejando sin parar,
el pie en el acelerador, pasando de largo todos los semáforos
deseando estar en casa. Odiando también a los chicos que viven ahí
como si pudieran elegir. Lo imagino
en diez millones de partículas
de ceniza, atado a un precioso racimo de encaje blanco, un moño plateado
donde debería estar su cuello,
echado a un lavarropas, puesto a girar para siempre
en un delicado ciclo bajo la mugre. Todo lo que queda
de él, la vegetación de él, la nada
de él: su skate, y su bicicleta y su cerveza y los cigarrillos
y su hija
y sus compilados y su soledad, sus piernas y pies y brazos y cerebro
y sus rótulas.
Afuera del cementerio
todavía hay una parte de él
enterrada en el misticismo de su ADN, marcada en un picaporte
o en los dientes de las llaves de su auto. Dos chicos
de la escuela que está cerca
van a coger encima de él
y yo no voy a saber como pararlos. Alguien
va a tirarles una botella vacía de vodka
y él la va a tener que atajar.
Ciencia Rara
Hice una pila de ropa exactamente de tu peso y altura
en la cama, porque te extraño. ¡Te inventé
por una noche! Puse las mancuernas
que son mis manos alrededor del sweater que es tu cintura y las dejé
que se durmieran ahí. La luna está en el patio
flotando a través de las persianas, transformada en una cebra
con rayas brillantes, durmiendo en el piso. En mi decimocuarto sueño
con vos estábamos en París. Pero soy ingenuo, ¡y también quiero
que estemos en París! Quiero baguettes
y desayunos, quiero la Calle de la Luna y sábanas de hotel.
Esposas francesas y agua francesa en botellitas. Te agregué
otra remera porque quizás ya hayas cenado. A la mañana
le voy a poner unos alambres a las medias y calzoncillos
que son tu cabeza. Voy a empujar y hacer palanca
para ver si te levantás, bostezando, con los brazos
para adelante, tus piernas
empezando a patear, y te voy a abrazar y te voy a besar
donde tu boca lastima porque era nada más
que un pañuelo nuevo.
Versiones MVG del libro Mayakovsky’s Revolver, Norton, 2012.
Las versiones de Sandra Toro corresponden al material de su blog El Placard: http://el-placard.blogspot.com.ar/.
Mathew Dickman es poeta, autor de las plaquetas Amigos, Something about a Black Scarf y Wish You Were Here, y tres libros de poemas: All- American Poem, Mayakovsky’s Revolver y Wonderland, este último a publicarse en 2018.
Ganador en 2008 del American Poetry Review/Honickman First Book Prize in Poetry y del May Sarton Award from the American Academy of Arts & Sciences . Co autor junto a su hermano gemelo Michael Dickman del poemario 50 American Plays.
Junto a su hermano Michael interpretaron a los gemelos Dashiel y Arthur en la película Minority Report en 2002.
Martín Vázquez Grillé nació en 1976 en Buenos Aires. Estudió Letras en la UBA. Trabaja como docente de inglés y traductor. Coordina talleres de lectura y escritura.Tradujo a Mark Strand (The Continuous Life, Alfred A. Knopf).
En 2014 publicó Pequeños Botes Cruzando lo Negro del Río (VIajero Insomne Editora). Se encuentra actualmente traduciendo a Matthew Dickman y escribiendo una novela ambientada en las calles de Miami