Denise Levertov - El crecimiento de un poeta
Elegí a Denise Levertov porque sin darme cuenta invertí muchos años en traducir parte de la obra de esta poeta. Esas versiones se propagaron gracias a las redes sociales, donde algunos empezaron a referirse a mí como “la traductora de Levertov”, lo que fue generándome la ficción de un vínculo. Más allá de la virtualidad, hace tiempo trato de publicar en papel una antología que incluye esta serie. Si todavía no lo consigo es, sobre todo, por cuestiones que tienen que ver con el dinero y con mi constancia para rehuir el contacto social, dos cosas que ojalá un día condicionen mucho menos el acceso a la poesía.
Y elegí esta serie en particular porque, a pesar de que no son los poemas más conocidos de Levertov, el conjunto conforma algo así como su ars poetica. En Growth of a Poet, consigue que su misticismo, incluso cierto fervor religioso, conviva con la materialidad de los objetos cotidianos en un equilibrio que hasta da la impresión de ser natural. Y al hacerlo no descuida ni por un segundo la pulcritud técnica ni la lucidez intelectual a los que nos acostumbró. Espero haber podido conservar algo de todo eso en la traducción para aquellos que no pueden leerla en el idioma original.
Sandra Toro
Denise Levertov - El crecimiento de un poeta
i
Recoge botones de vidrio del fondo del mar.
Las branquias de la mente palpitan en el agua insondable.
Descubre granos de arena dorados
en el diccionario infinito. Cada uno tiene su gemelo
en alguna orilla al otro lado del mundo.
Ciego a lo que todavía no necesita,
tantea su camino sobre vidrios rotos
hasta dar con la única piedra que cabe en su palma.
Cuando abre los ojos, le da a lo que contempla
el reconocimiento que ninguna mirada le otorgó.
Lo transforma en palabra, que se sacude y levanta vuelo.
ii
"Lo que ha de dar luz debe soportar arder"
Viktor Frankl, El doctor y el alma
Ciegos, hasta que soñando con el gris
chispean verde, sus ojos
encienden una calle de ceniza,
la carne amarga
de una bailarina al amanecer,
la última mirada de la luna
por encima del hombro
al mediodía.
Se apagan, y las llamas
siguen ardiendo,
perdurables.
iii
Sordo hasta que oye
la respuesta:
campana amable
que dobla
y habla
del Tiempo fiel, esa corriente
(incesante), de la sangre fiel.
Las respuestas echan abajo
los límites
(esos diques pretenciosos),
y la pregunta se revela.
Las preguntas, piedras
desprovistas de tierra,
golpes en la puerta, un latido
en la sien:
la danza insistente
del Quién, el Cómo y el Dónde,
las manos en la cintura del Cuándo.
iv
Uno por uno,
cuando les llega la hora, los libros
saltan de los estantes.
Pisan fuerte (otra vez, polvorientos, ajados,
¡pero prístinos!)
para dar a luz:
la pasión de cada poema
acaba en una Pascua,
en una nueva vida.
Los libros de los muertos
sacuden las hojas,
las palabras-semillas vuelan
a depositarse sobre la tierra negra.
v
Las tazas de café se le caen de las manos,
se le escapan los picaportes y
las puertas se golpean.
Los escritorios antiguos se rompen cuando
apoya los codos —Tauro,
patea y corcovea al cruzar con la cabeza gacha
el campo exiguo.
Pero las sobras de madera
que encontró en la calle una noche, cuando los vientos
deshuesaban la oscuridad hasta volverla un brillo de acero,
en manos del poeta se vuelven
una mesa
redonda y
bien parada sobre su única pata.
vi
Hacer poemas es encontrar
una silla vieja en la banquina
y llevarla a casa,
al altillo;
un caballo perdido en el lago,
un barco extraviado en la maleza de la orilla,
fosforescente.
Y luego, en la mecedora rota,
despegar —¡hacia la realidad!
Al reino de la Ambrosía y el pan duro
no se llega arrastrándose.
Recién cuando los pies empiezan
a bailar, cuando la silla
rechina y galopa,
se abren las puertas
y nos
descubrimos
adentro
del reino sin rey.
vii
El toro salvaje de la luna
que es el poeta
pasta solo
en una extensión de gotas infinitas de trébol rojo
empapadas de rocío
entre arpones de pasto
que son las palabras
Sobre el alambre de púas, una tropa
de chicos y de jóvenes
que son la multitud
del poeta,
silenciosos, sin aliento,
van a su encuentro.
Quieren
ejecutar la danza
que prepararon en secreto.
Él respira,
les arroja de lejos, su aliento verde,
fresco,
los mira con inocencia
tras la plata de la luna llena
y arremete
feroz.
Ellos
se apartan,
se burlan,
con sus abrigos como capas,
él lanza
el florecer agónico de sus cuernos
y les encanta, se imaginan
el sol caliente de la matanza sagrada.
La plata se disipa,
implacable. Para el amanecer
desaparecen, y él oye
cómo vibra
el alambrado que treparon.
viii
El perro de la sombra
obstruye el umbral.
Es solamente una sombra. ¡Pero
muerde!
Tratá
de entrar, tratá
de salir:
el obstáculo
te hunde
los dientes
en la carne, y
la sangre fluye.
No son
dientes de sombra,
son sucios
y afilados.
*
La ponzoña sube
desde el pie desgarrado
hasta el corazón. Y le hace
un nudo.
Un chirriar:
de frenos en la calle,
de una voz
insospechada, que llora
a través de los labios
del poeta, negando
la poesía,
el latido
violento de las alas
enjauladas de la mente.
Polvo en la lengua.
Tormenta
de plumas rotas.
Que caen.
Caen—
ix
El balanceo jasídico
siempre adelante y atrás,
adelante y atrás,
en perfecta armonía con las palabras,
una y otra vez
todos los días del año
—excepto uno:
el día en el que el Templo es destruido
que también es
el día que nace el Mesías,
ese único día, el balanceo
es de un lado al otro,
de un lado al otro,
un oscilar
como el de los árboles al viento.
x
Sobre su única pierna dolorida
el poeta
aprende a pararse firme
y a sostener
la mesa redonda de su
página en blanco.
Cuando sople el viento,
su madera
será árbol otra vez .
Va a agitarse,
va a suspirar y a cantar.
xi
"Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende"
Manuel Torres, citado por F. G. Lorca
Y ahora los sonidos
son verdes, la insignia desafiante
y muda de un copo de nieve:
ahora los sonidos
se quiebran con fulgores de mica,
raspan con carbonilla,
llaman con la calma de oboe del cuarzo rosa:
ahora los sonidos
son flautas de hueso, eco
del cañón más hondo, sonidos que solo
pueden escuchar las estrellas más tempranas y más pálidas:
y ahora los sonidos
son negros. Sonidos negros.
Negra. La canción profunda
escarba.
Sandra Toro. Traductora, correctora y bloguera. Adicta a las letras en casi todas sus formas. Nació en 1968 en el conurbano bonaerense, y sigue ahí. Si por algo se la conoce es por difundir sus versiones rioplatenses de poesía inglesa, norteamericana y brasileña a través de el-placard.blogspot.com.ar. Tradujo varios libros de poesía, entre ellos: Veintiún poemas de amor, de Adrienne Rich; Loba, de Diane di Prima; y una antología bilingüe de Denise Levertov a la que pertenece esta serie.