Una mañana boreal - Carlos Battilana
Una mañana boreal
¿Qué es el Ártico, Groenlandia, Alaska?
maneras de lo blanco, matices
de una gradación.
Una creencia popular
afirma que los esquimales
tienen
siete formas
de designar la nieve
sus voces
nombran
detalles leves
que un individuo
de la llanura
ni siquiera
logra ver.
En las zonas templadas
decimos
“nieve”
como si fuera
un solo objeto
y no
una materia
de varias puntas
en dirección
a infinitas
constelaciones.
La lengua resulta
móvil
y se adapta
a distintos lugares
y temperamentos.
En los territorios boreales
la palabra “nieve”
puede ser
un modo de la utilidad
una forma de la transacción
otras veces
refiere
un mercado sigiloso
de sopor
en medio del frío.
La mayoría de las ocasiones
en aquellas latitudes
“nieve”
designa
un acto reflejo
donde la mente
desentierra
letras de un idioma desconocido
una mente
minuciosa
y aligerada de su peso
que no deja de oscilar.
Salvación
Levanto con pocas migajas
las posibilidades del día
el sol de la terraza
amanece
otra vez,
por suerte
sonreír ante lo evidente
–las plantas,
la ropa doblada
en la silla,
el muro manchado de gris–
como los marinos
en medio del mar
que conocen los márgenes
efímeros de salvación
y aun así, ante el inminente naufragio,
rodeados de olas gigantes
y sumergidos
en el centro de la tormenta,
respiran, no dejan de respirar,
reconocen en el aire,
frontalmente,
no la última
sino la primera oportunidad.
La luz mala
Paz del campo
que esconde
la paz de los cementerios
el polvo
cubre de tierra
todos
los sobreentendidos.
Adentro,
en las casas
agrietadas
por el paisaje,
el silencio
de las mujeres
es real,
guarda
antiguas violencias
estancadas
en las habitaciones
del enemigo.
Se ahonda
una sombra
un inmenso pozo
vertical
que casi nadie conoce
ni conocerá
nunca.
¿Qué hay en los yuyos de ese campo,
en sus lagunas secretas,
en el agua serena
reflejada por el sol?
la luz mala
La luz mala
de las noches y los días
es esa quietud
que allí ves.
Cazadores y recolectores
Rocas y piedras
a lo largo de la costa
el lugar sobrelleva un nombre borroso e inestable:
Arenas Verdes.
Hay cardos,
arbustos desperdigados en medio de la playa
el polvo se arremolina por efecto del viento,
el mar es liso aquí.
Cerca, a unos pocos metros,
comienza el desierto.
Aunque parezca extraño
y fantasmagórico,
durante el atardecer,
cuando caía
el sol del sur,
los indios de la llanura
vendrían a refrescarse,
a distraerse antes de cazar
vendrían, seguramente,
a este sitio
con sus plegarias y sus ritos
a corroborar,
otra vez,
el contraste
entre el agua profunda del mar
y el desierto
que allí
nomás,
a sus espaldas,
habitaban.
Un lugar
Consigue
recoger piedras,
ramas esparcidas
logra acumularlas
una a una
en esta playa del Sur
–el viento es frío,
cruza
transversalmente
los médanos
todavía claros–.
Se sienta, ahora,
sin pesares antiguos
rodea la mañana
con el plumaje suave
de la piel.
Allí, a la espera de algo,
o de alguien,
parece afortunado
se abraza
a una hora mínima,
finísima
con la mano izquierda
en alto,
aferrado a palabras nuevas y tangibles,
reconoce
una fuerza inusitada
y por algún motivo que se nos escapa,
señala
el mar.
Carlos Battilana nació en Paso de los Libres, Corrientes, en 1964. Es autor de Unos días (Libros del Sicomoro, 1992), El fin del verano (Siesta, 1999), La demora (Siesta, 2003), El lado ciego (Siesta, 2005), Materia (Vox, 2010), Presente continuo (Viajera, 2010), Narración (Vox, 2013) y Velocidad crucero y otros libros (Conejos, 2014). Publicó las plaquettes Una historia oscura (Ediciones del Diego, 1999) y La hiedra de la constancia (Color Pastel, 2008). Sus poemas han aparecido en antologías argentinas y latinoamericanas. Ejerció el periodismo cultural y colaboró en diversos medios. Es autor de ensayos, notas y artículos publicados en volúmenes y revistas literarias. Se desempeña como docente de literatura latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires.