Derecho al desastre - Melina Varnavoglou
Autos
“Si a mi me gusta que suenen
¿pa´que las voy a engrasar?”
“Los ejes de mi carreta”, Atahualpa Yupanqui
La primera noche
que no pude dormir con alguien
escuché a los autos.
Recostando mi cabeza
sobre una almohada compartida
me entregué
a esa corriente silenciosa
que empezaba a formarse
cuatro pisos más abajo
-¿los escuchás?-
-¡¿Eh?!-
-Si los escuchás…-
-¿Qué cosa?-
Hay algo imposible en ese sonido
algo más que la inercia sobre un plano
no puedo decir que se muevan -yo no los estoy viendo-
pero rugen y rasgan
cada punto por el que pasan
si hasta los siento deslizarse por mi piel
como una lengua áspera
y entonces olvido que son autos
chapa sobre ruedas
animales electrónicos
que alimentamos con hidrocarburo
y los escucho
son como la hierba
que se expande hasta volverse finita
y desaparecer
ese ruido hacen
cuando se alejan,
es una especie de dolor
algo así como una mirada retirándose
no tan definitivamente.
Yo no quiero que los vuelvan supersónicos
¿cómo soportaría, por ejemplo, esta noche
junto a un cuerpo que no puedo amar
si no fuera por el rugir de sus motores?
Esa turba diminuta al filo del asfalto
como la brasa que queda prendida
y en mitad del silencio
suena
y suena
es lo único que puede salvarme.
consolaciones
Y entonces la gente pregunta
“¿Cómo? ¿A vos? ¿Él a vos? ¿en serio?”
y me hacen sentir un error
en la secuencia de lo esperable
algo que “se perdió” alguien
un trofeo cayéndose de las manos del ganador
un crimen contra la belleza que yo vengo a representar
y finjo que me consuela
pero en el fondo no para de molestarme
¿piensan que no puedo ser oscura?
¿que este cuerpo produce más placer que demonios?
¿que mi amor no es capaz de arruinarlo todo?
Permítanme mi derecho al desastre:
Yo no soy hermosa
No soy buena
Ni inteligente
Soy una chica luchando contra su corazón
interponiendo su corazón
al corazón de los hombres
como un escudo vano
pocas veces resulta
dura poco tiempo
y vista desde afuera
es aburrida la batalla.
melatonina
Inducirme el sueño
y revisitar
canciones que hace mucho eran importantes
jugar con mi sexo
para provocarme algún impulso
una resistencia
mientras espero
plácidamente
la caída
igual que los pies del condenado
bailan
frente a la multitud
antes de la horca.
Aferrarse a la soga
hasta deshilacharla
y entonces: la libertad
estar a sólo unos pasos de la orilla
y sentirla como océano.
Nunca supe medir distancias
¿No es eso una habilidad necesaria para la vida?
No saber nunca preguntar
qué tan lejos estamos
o cuán cerca
Éso hacemos
pero no olvidamos
que están ahí
lo infinito y el muelle
la silla, la soga.
Gatas que lloran de noche
“(…) Viví con las arañas
con ellas aprendí a asesinar”
“Poema en mí menor”, Selva Casal
Son como bebés
o el sonido de una sirena quedándose sin batería
si viviera en el campo
pensaría que es alguien
que sacrifica a un cerdo.
De cualquier manera, siempre son
como cuchillos
y conmigo comparten
el grito celebratorio
de haber sido amadas
todas las noches
a la fuerza.
Mi primera idea de la violencia
ha sido ésa:
un ser aplastando a otro
por el bien de la especie.
La del sexo no fue muy diferente.
Al salir de casa
los mediodías
a veces las encuentro
y es como si nos reconociéramos
ambas tenemos ese signo marcial:
la sombra gigante del macho
todavía sujetándonos por detrás
cuando cae la tarde
las acaricio
y les doy algo de comer
hago mal en sosegar sus cuerpos
en darles cariño
en recrear la paz
Debería enfurecerlas
sembrar en sus corazones
el odio y la resistencia
deberíamos librar
(yo en la cama
ellas en los techos)
la misma guerra
y un día finalmente
huir.
Esa noche la luna
será lo único
sobre nosotras.
Melina Alexia Varnavoglou (1992, Buenos Aires). Estudia Filosofía, trabaja como librera. Publicó el tabloide de poesía "Los mundos posibles" (Nulú Bonsai, colección La Fuerza Suave) y poemas suyos han sido incluidos en la antología ESTO PASA. Poesía en Buenos Aires (Llanto de Mudo) y en "Rayo Verde 2015". Está corrigiendo su primer libro titulado "Derecho al desastre".