Alejandro Méndez - Pólder

 

En ningún rasgo un hijo puede parecerse a su padre más de lo que se parece en espíritu esa ley a aquello de lo que procede: la guerra.  

 

Hermann Melville, Billy Budd, marinero

 

 

Bajo los tilos

 

Me mostró la carta del cementerio:

había que levantar tus huesos

ya vencida su estadía terrenal.

 

Ella había asegurado el pedazo de tierra

con una hilera de tilos, sin imaginar 

los actos que íbamos a representar; 

tu nueva categoría de insepulto.

 

La casa estaba helada

y una sola lámpara encendida.

La impaciencia nos llevó 

hacia el muro detrás de las vías.

 

Un cicerone municipal señaló la cruz

apoyada en la tumba vecina.

Cerré los ojos y busqué refugio

en la avenida bajo los tilos.

 

Se escuchó el estruendo de la pala

en la madera podrida del cajón.

 

Por fin te iba a conocer.

 

El empleado separó la osamenta

y extrajo una media negra.

La exhibió a la luz del sol.

 

Ella me tomó de la mano;

por las dudas te negué tres veces.

 

El montículo de tierra, las flores secas.

Todo daba vueltas.

 

El centro del mundo

en la avenida bajo los tilos.

 

 

 

 

 

La navaja de Ockham

 

¿Qué formas?¿Cómo habitará la materia

el espacio por donde te esparcirás?

Las posibilidades incluyen al grano

que algún día llevaré a mi boca.

 

Guillermo de Ockham desde el más allá,

como vos, me pide reducir las hipótesis

a su mínima expresión.

Podar lo accesorio, arena de las flores.

 

Con su voz de muerto ilustre

relata la madrugada de Mayo de 1328

en la que huyó de Avignon y del Papa,

con el sello de los franciscanos en su pecho,

para buscar la protección del emperador.

Le dijo: “defiéndeme con la espada

y yo te defenderé con la pluma”

 

La misma fórmula que usé seis siglos más tarde

para asociarme a mi primo, galán y líder juvenil,

una tarde en el club barrial. Fue el grito de guerra

de un erotismo auto-sustentable. Quid pro quo.

 

Alianza que atravesó el estertor de la edad.

Di argumentos a su belleza para hacerse soberana

de mi  inconsistencia muscular.

Recibí al héroe en canchas de fútbol tristísimas,

sin laureles y el hambre intacta.

 

Guillermo de Ockham me dice que hay que llevar

la eficiencia de la razón a su grado máximo;

de modo tal que si  uno se encuentra en una ciudad

y escucha galopar, sólo pueden ser caballos,

y no una manada de cebras.

 

A pesar de tener su navaja cerca de mi platónica barba,

lo desafío y pierdo el rumbo en la duda que me acuna.

Pienso en dos cosas: las cebras posibles y vos resucitado.

 

 

 

 

Un cuáquero en la corte de los milagros.

 

La educación sentimental

fue un título con abandonos documentados.

 

La educación sentimental

fue pura vocación crónica y automedicación.

 

La educación sentimental

requirió posgrados y maestrías.

 

 

Sentimental,

la ambición por el mar proclamada desde la orilla.

 

Sentimental,

la disposición del repertorio de nombres propios.

 

Sentimental,

la nota más alta en el karaoke.

 

 

Mi educación sentimental

fue como el grito de guerra de los esquimales,

en silencio.

 

Mi educación sentimental

fue como el rezo secreto de los ateos.

 

Mi educación sentimental

fue como el ave fénix, pero mis hombros

no cargaron el cadáver de mi padre.

 

 

Educado

con el metrónomo de las pasiones menores.

 

Educado

en la creencia del dios de la simetría.

 

Educado

para mirar el Rubicón sin cruzarlo.

 

 

Una educación sentimental

para poder contarla y despuntar el vicio por los aforismos.

 

Una educación sentimental,

ahora que la lírica está muerta y hay déficit de laúdes.

 

Una educación sentimental

revisionista y autoindulgente para llorar a secas.

 

 

Sentimental,

la mano que escribe ajena al cuerpo que la sostiene.

 

Sentimental,

aun leyendo los diarios o sacando la basura.

 

Sentimental,

en los 0.4 segundos de la sístole y otros tantos de la diástole.

 

 

Tuve una educación sentimental

con temblores como un cuáquero del siglo XVII.

 

Tuve una educación sentimental

jacobina en las despedidas y garantista en el placer.

 

Tuve una educación sentimental

supersticiosa a la manera de los pigmeos.

 

 

Fui educado

por la didascalia homoerótica de mis tías.

 

Fui educado

en el dojo de un cinturón negro

para aprender a caer con elegancia.

 

Fui educado

para ser paciente como un filólogo

con su piedra Rosetta.

 

 

Sentimental,

por las mañanas separando las hebras del té.

 

Sentimental,

el tarareo del estribillo de esta canción.

 

Sentimental,

la diáspora de amantes.

 

 

 

Alejandro Méndez nació en Buenos Aires, el 23 de Agosto de 1965. Tradujo a Francis Ponge El Asparagus (Jimmy Jimmereeno. Buenos Aires. 1993). Publicó los siguientes libros de poesía: Variaciones Goldberg (Ediciones del Dock. Buenos Aires. 2003); Medley  (Suscripción. Larga distancia. Barcelona. 2003). Tsunami (Crunch!  editores. México. 2005). Chicos índigo (Bajo la luna. Buenos Aires. 2007). Cosmorama (Ediciones Liliputienses. Cáceres. España. 2013.  Determinado Rumor. Buenos Aires. 2015 -2da edición, formato e-book-). Pólder (Bajo la luna. Buenos Aires. 2014). Coordina  la primera curaduría autogestionada de poesía contemporánea argentina: www.laseleccionesafectivas.blogspot.com. Su blog personal es: www.chicosindigo.blogspot.com