Laura Wittner - Las cosas oscuras
Fotografía: Gustavo Gottfried.
Las cosas oscuras
Pueden ser densas, con un núcleo profundo:
en ese caso pesarán toneladas
e irán depositándose
en los sucesivos subsuelos de la incomprensión.
O pueden ser ligeras, parpadeantes
capaces de interrumpir la luz
sin ninguna certeza: ni ellas saben qué contienen.
Como cuando mi hijo levantó la vista
de noche, hacia la ventana
y preguntó: “¿Ves eso?”
y le dije: “No. Sí. No sé. ¿Qué es?”
y me dijo: “Algo que está y no está
pero al menos lo ves vos también”.
Hijita
Abrazás la pena existencial
y para combatirla te ofrezco fruslerías.
Te ofrezco incluso la palabra “combatir”.
Ese camino lo marqué sin querer
pero no para que vos lo transitaras.
Yo tiré arena por encima
y después aserrín.
¿Qué hacés? No pases
con los patines
que las rueditas lo desnudan.
O sí, perdón, pasá,
la huella de las ruedas
muestra mil otros rumbos.
Dos lágrimas cayeron en el piso
pero ya estabas pensando en otra cosa:
te agachaste a marcar con el dedo
una palabra que nos hizo reír.
Por qué las mujeres nos quemamos con el horno
La marquita roja la tenemos todas.
Acá en la mano izquierda, con la que escribo
está también mi quemadura de horno.
Si la miro muy fijo, sobre el radio
se me despliega en tres:
se me tridimensiona la muñeca
y entrecerrando los ojos pueden verse
la muñeca de mi madre, la de mi abuela
y, en un tirón hacia delante, la de mi hija
picada de mosquitos, pulida y ya dispuesta
a la marca de la rejilla ardiente.
Por qué cuando me gusta mucho una canción
tengo que imprimir la letra
La tinta me afirma sobre algo
y ya no creo que me haga tatuajes.
Más bien voy a entonar
leyendo de una hoja
acompañada por la voz cantante.
Así como pongo hielitos en el té
y los miro disolverse en su espuma
justo después de crujir y ceder.
Así como apoyo los pies
en el límite entre las dos baldosas
o sobre esta huella húmeda
que va secándose a medida que se aleja.
Por qué si me postran mil veces me levanto
Los patios internos.
Los baños y cocinas con pileta cuadrada.
Los ambientes semicirculares
con ventanal corrido.
Un aro de básquet en la calle
para que tire cualquiera.
El café exacto que todo lo arrasa
y todo lo eleva durante media hora.
El cielo cuando se decolora hasta quedar en blanco.
La pronunciación de un idioma extranjero
rodeándome como una atmósfera
cargada de sentidos ocultos.
Las charlas con mi hija en el balcón.
Las charlas con mi hija en un colchón
atravesado en el living, sin sábanas.
La mano de mi hijo adolescente
en mi mano cuando nadie lo ve
trazando la misma caricia que en la infancia.
La memoria de todas las caricias
que dejaron su dibujo indeleble.
Laura Wittner nació en Buenos Aires en diciembre de 1967. Algunos libros suyos son El pasillo del tren, Las últimas mudanzas, Balbuceos en una misma dirección. Es también autora de libros para chicos. Tradujo del inglés al castellano libros de Leonard Cohen, David Markson, Anne Tyler, entre muchos otros. Lleva el blog www.selodicononlofaccio.blogspot.com.ar