Juan Cristóbal Miranda - Devoción y proteínas
Este primer, notable libro de Juan Cristóbal Miranda explora las tensiones del silencio, que oscila como un sismógrafo ante las elipsis del lenguaje, pero también ante las represiones externas y propias que el poema se propone transgredir. En ese sentido, sus versos esgrimen un confesionalismo paradójico: aquí la voz poética dice todo aquello que hubiera preferido no decir. Sus búsquedas, frutos de cierta crisis religiosa que da lugar a revelaciones de otro deseo no menos alto aunque más carnal, van orientándose hacia los misterios de la física diaria. Cuando el tiempo se adensa, causando detenimientos y simultaneidades; o cuando el espacio se estira, generando abruptas distancias. A pesar de sus descreimientos, un «músculo sin fe» puede creer hondamente en sus palabras, porque levanta cada frase con sostenido esfuerzo y hace de sus visiones una gimnasia espiritual, por medio de la cual una humilde latita de cerveza es capaz de brillar «como un diamante bajo el sol». La fuerza desoladora de esa musculatura trabaja como una balanza que busca continuamente el choque de pesos distintos: por un lado la gravedad del tono, por otro la levedad de las imágenes. Aun cuando la poesía, según el autor, sea una «impotencia hecha palabras», los poemas de Devoción y proteínas logran transformarla en potencia sensorial y vigor introspectivo.
Andrés Neuman
La rabia
Tiramos piedras
cajas
maderas
lanzamos escombros
vigas
tirantes
trozos de mampostería
un sinfín de desperdicios
especialmente seleccionados
para rellenar
un pozo ciego.
El silencio
Cuando me quedo solo
la casa se calla
los pájaros se duermen
y yo de a poco
vuelvo a escuchar ese sonido
una nota filosa y apagada
que como un frío meridiano
me atraviesa por dentro
MRU
A trescientos kilómetros por hora
una bicicleta
pasa frente a nuestra casa
no la vemos
nadie la oye
pero vos igual me decís
tengo miedo de la velocidad
y te parás a cerrar la ventana
como si supieras
algo que yo no
como si intentaras ocultar
ese rastro silencioso
que va dejando la distancia
Devotos
Trajimos a la virgen
la sentamos en un banquito
y la peinamos delicadamente
desenrollando cada rizo de porcelana
para que pueda sentir una vez más
su cabellera al viento
una gota de adrenalina sobre la nuca
la exuberancia femenina.
Santa
resucitada del mármol
niña convertida en sierva
ahora un animal oscuro
al calor de nuestras manos
el milagro sofocado
dos ojos secos y hundidos
diminutos espejos de nuestro secreto.
Juan Cristóbal Miranda, Devoción y proteínas, Ed. El ojo del mármol, 2016.