Palos para las masas

  Por Jotapé Rodríguez

En restorán de zona palermitana, al que el maestro Brascó había acusado de bobetas más papistas que el pontífice por servir la pasta al “falso punto al dente”, es decir, cruda, comemos con un alto directivo editorial de diario on-line al cual maître desprevenido y falto de discreción confunde con moderno valuarte barbudo de las barras porteñas: ¿tu amigo es Tato Giovannoni? –pregunta el chusma cuando mi compañero de almuerzo se encuentra en los pitucos tualets del establecimiento gastronómico de la categoría ristorante italiano. ¡Claro! -le respondo- y rápido de reflejos le digo que se lleve las dos copas de cortesía de campari con juguito que el señor no toma esas cosas. Solicitamos directamente la carta de vinos, Salentein Merlot, no tienen dice el camarero nos conformamos con un Killka Malbec, amable, redondo y de final largo, según la página de la bodega. Para nosotros es modesto acompañante de la burrata sobre sommier de rúculas que pedimos antes del principal. Fresca, redonda y blanca (como pelota pateada por Messi) con pequeño chorro de aceto y delicada lluvia de fina pimienta negra recién molida deja nuestros respectivos paladares aprontados para recibir los platos de pastas que esperemos lleguen en su punto justo. Lasaña a la boloñesa para el periodista que pasó a usurpar la identidad del experto en cócteles, y que ya, sacando provecho de dicha confusión pidió nos cambien la botella del austero vino. El mozo perezosamente ofrece un Primus Pinot Noir para reparar el disgusto, no sea cosa que un autorizado en materia etílica ande comentando episodios desafortunados en el restorán que en su sede de La Boca bien supo ser uno de los exponentes máximos de cantina expendedora de tagliolini, pero en esta esquina de Palermo parece que mucho piripipí para poder abrocharte al momento de la adición. Aceptamos el cambio. Tortellini verdes rellenos de ricota y jamón con suave salsa de tomates para vuestro humilde servidor. Entre bocado y bocado, empuje de grasas a lo más recóndito de las fauces a fuerza de costoso vino para mis menguados bolsillos de trabajador gastronómico, comentamos la visita del grone Obama y de las truchas que manducó y los Angélicas Zapatas que bebió en el CCK, a costa de nuestros impuestos, comentamos sobre la muestra de Ferran Adrià en Fundación Telefónica y nos burlamos de su énfasis por no querer ir a comer afuera (en su visita a nuestro país pidió no ser invitado a restorán alguno). El maestro de tres estrellas Michelin pone la cocina en un nivel superior al de las ciencias y las artes. Este ignoto escriba intenta hacer llegar a la cocina de calidad a cualquier vecino que se le cruce por las calles de la República Coreana de Parque Chacabuco. Los principales pasan sin pena ni gloria, pero correctos. En eso llega el postre, peras en almíbar para el periodista y affogato in caffe, o sea, bocha de helado de vainilla sumergido en un café negro y fresco: la exquisitez de los postres no opacan nunca platos mediocres (menos aún mala atención, aunque esta vez no fue el caso). Llega la cuenta y permanezco vivo solamente porque la revista me manda el mes que viene a hacer cobertura gastronómica al Caribe colombiano. Palos para las masas parece ser el eslogan de los tiempos actuales, yo prefiero la utilización de il matterello solamente para sobar la masa que tendrá su final destino envolviendo un relleno dentro de olla rebosante de agua hirviendo.  ¡Au revoir!      

(marzo 2016)