El padre
Por Juan Pablo Bonino. Nota sobre Marco Ruben, goleador de Rosario Central
El padre
Van diecinueve minutos de la segunda parte y él espera que su equipo recupere la pelota. Descansa sobre el círculo central y cuando sale un pelotazo largo desde la izquierda, él ya sabe lo que hará porque detectó la distracción de su contrincante más lejano. Entonces la pelota pica una vez, él corre tras ella como un velocista y con el empeine de la zurda la empalma, para que pique otra vez lejos de las manos del arquero, antes de pasar la última línea de cal. Marco Ruben abre los brazos y con calma espera el abrazo de sus compañeros. Hace apenas segundos marcó el cuarto del partido en el Gigante de Arroyito. Rosario Central golea al River uruguayo cuatro a uno. Ruben es el hijo pródigo del club: se fue a jugar a Europa y después de pasar por varios clubes durante ocho años decidió volver. Un periodista le preguntó por qué lo hacía y dijo que extrañaba el Paraná. En esos años en el exterior, tuvo un hijo y quería venirse a Rosario para que su hijo conociera el río y descubriera su propia forma de intuirlo.
Le dicen El Dorado: tiene veintiocho años, el semblante tranquilo y sus ojos destilan humildad. Sus primeras jugadas las imaginó al borde del río en Fray Luis Beltrán, una localidad del departamento de San Lorenzo en la provincia de Santa Fé, ubicada a diecisiete kilómetros de Rosario. Aunque ya está entre los trece máximos goleadores de la historia de Central, cada vez que hace un gol espera que todo vuelva a la normalidad para seguir jugando. Es de los pocos que todavía prefieren hacer un gol a festejarlo. La cámara lo enfoca y sin la pelota es un animal al acecho. Mira hacia abajo y su cabeza registra los movimientos de los defensores como un radar. Como los buenos delanteros corre primero en horizontal y pasta paciente en la cancha hasta que ve un hueco, la posibilidad de un pase y hace una diagonal. Aunque suene a ciencia ficción, Ruben vive con un pie en el futuro. Se desplaza agazapado y los hinchas también lo apodan El Animal, por su ferocidad implacable. Dentro del área rival huele la pelota y mantiene el corazón casi en punto muerto. Ese casi es la diferencia con el apuro de los demás atacantes. Ruben piensa donde los demás sólo hacen.
El Paraná es tranquilo y se lo puede mirar hipnotizado desde la orilla. Pero en medio del agua es otra cosa. Estar en el río requiere una atención permanente. Dicen que un descuido es letal porque traiciona y no hay vuelta atrás. Ruben nunca se va de los partidos, está concentrado pero se hace el desentendido y camina como si estuviera en otra parte. Pero en cualquier momento le empieza el hormigueo en la punta de los pies y se electrifica. Está a punto de, huele sangre y va a despedazar. El Animal callado de los colmillos secretos es un traidor tranquilo. Va a buscar aquello que sabe que es de él. Cada vez que hace un gol se lleva la pelota bajo el brazo. Después pone sus manos sobre el cuero apenas gastado y se acuerda de su hijo y de sí mismo. Una vez en su casa, su hijo le pide la pelota embarrada para patearle unos penales. Y El Dorado se revuelca en el pasto fascinado por el entusiasmo compartido. Cuando ya anochece y están cansados de las piruetas, se abrazan y vuelven otra vez a mirar la oscuridad del río.
Florida, marzo de 2016
Juan Pablo Bonino