También mi poema es una parte del universo

Por Martín Felipe Castagnet. Reseña de Los fuegos de Orc, compilado por Marcelo Díaz y Patricio Foglia. Editorial MalónMalón, 2015.  

“El poeta es verdaderamente un ladrón del fuego”, escribió Rimbaud en una carta antes de abandonar la literatura para irse a traficar al otro confín del mundo. No aclaró qué fuego, de todos los fuegos prometeicos, y bien podría ser el plasma sideral que alimenta las estrellas. Ése es el motor de Los fuegos de Orc, compilado por Marcelo Daniel Díaz y Patricio Foglia, cuyo subtítulo reza “Antología de poesía y ciencia ficción”, y a pesar de su transparencia meridiana no aclara sino que oscurece: ¿puede un género narrativo y supuestamente masivo formar parte del género lírico?

Se tiende a concebir la poesía por fuera de la narrativa, pero lo es, aunque sea en su unidad mínima. En sus orígenes también lo era: las excesivas traducciones de Ilíada y Odisea en prosa silencian que originalmente fueron compuestas en verso, al igual que la totalidad del teatro griego, con un ritmo perfecto y constante que no va en desmedro de la trama. A su vez, no todo en la ciencia ficción es narrativo: basta ver una portada de un libro de Minotauro o de un disco de Yes.

La ciencia ficción está en todas partes, y en ninguna; en estos tiempos donde los géneros mutan y dejan de existir como tales porque se mezclan con la corriente principal, lo único que queda son los tropos: la máquina del tiempo, la nave extraterrestre, el cataclismo nuclear, el androide rebelde. Ahora bien, estos tropos no son necesariamente literarios: hoy el principal horizonte de referencia es el cine. Salvo la mención a Philip K. Dick y Stanislav Lem en los últimos dos versos del poema de Laura Wittner (“Refulge desde allí como un dios verde / de Philip Dick, con resabios de Lem”), todas las demás referencias son cinematográficas (Blade Runner, Donnie Darko, Gravity en dos o tres poemas) y comiqueras (Flecha Verde), aunque últimamente sus personajes están más tiempo en la pantalla (grande y chica) que en los libros de historietas.

Actualmente la ciencia ficción (como género) ya no se lee, ahora principalmente se la observa; en todo caso también se la escucha, como quedó demostrado en las elegías por la muerte de David Bowie, donde unánimente se resaltó su espíritu filocientífico y sci-fi, o en las líricas de Él Mató a un Policía Motorizado. Ante este cambio de paradigma, tiene sentido que la poesía se apropie del género. Porque la poesía no se lee como se lee una novela; como a la naturaleza, a la poesía se la escucha y se la contempla. Esta influencia musical es evidente en el poema de Jonás Gómez: “Diez años después / el astronauta reapareció. / El rostro / hablaba desde un televisor en la casa de su esposa”, que remite tanto al Major Tom como a su colega el capitán Beto.

Al igual que en varios de los casos mencionados, mucha de la imaginería de ciencia ficción de Los fuegos de Orc en realidad está compuesta por los avatares, inusuales pero reales, del espacio exterior. También de la investigación astrofísica, como en el poema ‘Palabras del director de la Asociación Física Argentina al investigador Pablo Rebich en rechazo a su proyecto “La Máquina del Tiempo”’ de Germán Arens, que como promete su título remático efectivamente es una carta de rechazo. Parece haber aquí una remake científica de los concursos literarios, destino manifiesto del poeta, evidente también en ‘Mark en el espacio’ de Mariana Suozzo: “al levantarte de la cama te dirigiste a la otra habitación / para imprimir desde Internet las bases del concurso / completaste algunos formularios / y resolviste con gran soltura el item que te llevaria de paseo”, salvo que esta vez el paseo no queda en el Festival de Poesía Latinoamericana de Bahía Blanca, sino, como diría Hernán Schillagi, “en los canales de la galaxia”. El astronauta es una figura recurrente para simbolizar la estrangulación íntima con los seres queridos, al igual que el Rocket Man de Elton John, como se ve el exquisito ‘Gravedad’ de Javier Roldán:

 

Y así quedo
de este lado de la línea telefónica
    todavía enganchado
por esta cuerda plateada y resistente
    a la que el reflejo de la aurora boreal
vuelve engañosamente tornasolada.

 

 

En algunos casos la imagen se construye desde arriba, los que flotan en el espacio; sólo en el poema de Manuel Podestá esos astronautas no son humanos (“Mas tarde, dos reporteros graficos / envían una cinta con nuestros movimientos por el cielo. / Nos vemos bien.”). En otras ocasiones, desde los que quedan abajo e imaginan la perspectiva desde ese más allá, como en ‘El espacio exterior’ de Schillagi, donde dos pedazos de carne comparten la misma entropía que las estrellas de la cruz del sur, o como en el poema de Alfredo Veiravé:

 

Los que la vieron dicen que la tierra
es una esfera en el espacio, un planeta
mas bien pequeño
del tamaño del dedo pulgar de los astronautas.
Yo no lo dudo porque he visto fotografías
y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa.
Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar
también mi casa es una parte del universo.

 

 

Por otra parte, la influencia ficcional más importante, que da título al libro, proviene de Blade Runner de Ridley Scott, adaptación de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip Dick; de hecho, todas las referencias provienen de los aportes originales de la película. En ella, el replicante Roy Batty decía “Fiery the angels fell; deep thunder rolled around their shores; burning with the fires of Orc”, cita deliberadamente modificada de unos versos de America: A Prophecy del inglés William Blake: “Fiery the angels rose, and as they rose deep thunder roll'd / Around their shores: indignant burning with the fires of Orc”. Los ángeles, al igual que los astronautas del Challenger, también pueden explotar en una bola de fuego. El poema de Javier Adúriz que abre el libro, apropiadamente titulado ‘Replicante’, cierra con la estampa innominada e involdiable de Roy Batty:

 

Y este llanto continuo
de lluvia torrencial
faltando poco o nada
tu recuerdo en el aire
con el duro zumbido
de los fuegos de Orc.

 

 

El poema de Blake recuerda que la poesía es más flexible que lo que se piensa: no es sólo apocalíptico (un género viejo como la tormenta, pero hoy considerado un género masivo más) sino que también es narrativo. Otros poemas de Los fuegos de Orc siguen esta línea, como el fragmento de La III Guerra Mundial, de Andi Nachón, editado originalmente por Bajo la luna como ocurre con los poemas de Paula Jiménez España, ‘Lucas’, y de Hernán La Greca, ‘Flecha Verde’, quizás el mejor poema de la antología:

 

Es de noche. Esta todo oscuro. Mis flechas
han perdido el rumbo. Llevo
la última en la espalda. Tenso el arco, el canto
de la cuerda en el oído. No se oye nada. Sólo
las crujientes hojas del bosque, el batir
extraordinario de unas alas. Ya se ha ido. Ya
avanza por la noche, por el brillante día, la flecha
que no tiene blanco.

 

 

La antología sirve como una excelente puerta de entrada para obras que merecen más atención. Los títulos de los libros originales parecen enmarcarse de antemano en el género, lo cual sugiere una intención programática dentro de una misma generación (o deberíamos decir constelación): a los mencionados se les suman Mark en el espacio (Huesos de Jibia, 2007) de Souzzo, Venga a nosotros el reino de las estrellas de Gómez (El Ojo de Mármol, 2015), En una nave comandada por Enrique unos pocos hombres abandonamos la Tierra de Arens (Vox, 2011), El día perfecto de la Tierra será el último de todos de Podestá (Gigante, 2012) y el explícito Ciencia ficción de Schillagi (Libros de Piedra Infinita, 2014). No todos los poemas provienen de libros editados: hay dos poemas inéditos (‘Gravedad’ de Roldán y ‘aura iris policromo’ de Rocío Macarena) y dos provientes de revistas virtuales y blogs (‘Lo luminoso que se ve de noche’ de Wittner y ‘Gravedad, en 3D’ de Irene Gruss), en armonía con la publicación en digital de esta antología, que está bien cuidada y cuenta con una fantástica portada de Paula Duró.

Sí se hecha en falta la presencia de Marcelo Daniel Díaz, que también debería haber participado en la antología pero haberla compilado, presuponemos, se lo impidió. Su obra en los últimos tiempos ha sido decisiva para la conformación tácita de este corpus, mediante los poemarios Newton y yo (Nudista, 2011) y El fin del realismo (Viajero insomne, 2014), como queda en evidencia en su poema ‘Satélites’:

 

Para el ojo del astrónomo
somos pequeñas gotas que caen en la tierra
desde un cielo ladeado en sus extremos.
Y para el ojo de los seres queridos
brillan los paneles de los satélites.
No sé explicarlo: es un candado de luz
ahogando la materia oscura.

 

 

Nada existe de manera ascéptica, parafrasea Díaz en su prólogo, en referencia a esas “máquinas de narrar” que son los géneros, a decir de Piglia, que se impulsan a sí mismos hacia adelante, sobre cualquier terreno, incluso la superficie lunar de la poesía.