Una historia al oído
Por Juan Pablo Bonino
“And history books forgot about us”
Regina Spektor
Una habitación de hotel tras otra en una gira interminable y detrás de cada cama compartida una fotografía de una niña de tres años: ahora la veo y pienso que podría ser mi hija. Los ojos concentrados enfocan sus manos que hacen girar una rama casi invisible. Los pestañas tapan sus pupilas, y sus labios como a punto de decir una palabra, esconden sus dientes de leche. El tiempo misterioso que duerme en cada uno de nosotros, nos habita y nos destruye.
En el plano enfocado no podemos saber si está sentada, aunque por la suave inclinación de su espalda hacia adelante, puedo figurarme que la tranquilidad de su rostro proviene de tener, algo más que los pies sobre la tierra. ¿Qué será de aquella situación ya perdida para siempre? Cada sábado a la noche, una vez terminado el concierto y después de la cena, le pido que me cuente una pequeña historia. Ella larga la palabra justa, pero antes de empezar cerramos los ojos y nos mantenemos en silencio hasta percibir una música en la habitación, un rumor de viento, una ola lejana, una reconciliación con una estrella. Así conseguimos no sentirnos solos porque ella me enseñó que en el mundo es imposible estar solo, porque el espacio está atestado de cosas increíbles. Vuelvo a acordarme del fondo y detrás de su algodonada musculosa blanca, se puede ver un espacio desenfocado con pequeños troncos de árboles caídos y arena y tierra y plantas secas.
Ella está en primer plano: el castaño de su pelo son líneas que atraviesan su cabeza desde un punto central hacia los costados y se vuelcan sobre su frente sin alcanzar sus cejas. El flequillo tiene huecos que descubren su piel recién venida al mundo. El pelo tiene algunas ondulaciones leves y en el momento de la captura algún mechón está cerca de clavarse en su ojo izquierdo, pero ella continúa imperturbable porque juega seriamente, porque no sabe, porque no advertirá hasta muchos años después, que la memoria de su infancia, no será esa escena, sino esa fotografía.
De los largos años en la música y de mi relación con los sonidos a los que puedo descubrir como texturas de diferentes tipos de pinturas, o sensaciones evocadas por una inmensa paleta de colores, sólo reconozco el valor de lo que tiene pliegues aún desconocidos para el lenguaje. Como en aquel momento la niña de la fotografía no sabía que jugaba y lo hacía estupendamente, así deben hacerse las buenas canciones. ¿Cuál es el secreto de la niña en la fotografía? ¿Cuál es el secreto de lo que permanece en esa persona que tenía tres años y hoy tiene casi treinta? Alguna vez alguien escribirá un pequeño libro de epígrafes de fotos, buscando explicar con la precisión del lenguaje, lo que habita en todos aquellos ojos que decidieron —hacer una pequeña distorsión—y no mirar la lente de la cámara. Tal vez por eso, después de los escenarios nos sumergimos en la noche que hay dentro de cada uno de nosotros, ese mantra oscuro que me recuerda la niña de la fotografía. La historia personal es una serie de fotos, una serie de historias hiladas en torno a personas. Una de ellas está conmigo en todas partes y en un clic, en un tono de voz, en una palabra, cada noche se juntan, y me cuentan una historia al oído.