Cuando morimos nos quedamos en casa - María Belén Campero

Cuando morimos nos quedamos en casa

 

Cuando morimos nos quedamos en casa podría ser, además de una afirmación, una pregunta que se sabe sin respuesta. La puerta que se abre a un misterio. Digo, la voz de Belén habla de la muerte y la vida, ocurriendo en el mismo instante, en la casa, en el espacio que habitamos y nos habita. Morir y quedarse en casa, es como decir, morir es seguir el camino que nos toca. Es seguir a la naturaleza. La misma que nos muestran los brotes de las plantas que nacen y mueren según la estación. ¿Cuántas veces morimos? ¿Y cuántas veces nacemos?

Me viene un recuerdo de hace unos días. Mi hermana llega a mi casa a almorzar. Abro la puerta, le digo, voy a saludar a mi sobrina, le agarro la panza con las dos manos, no puedo creer lo mucho que creció. Me quedo pegada a la panza pero todavía sé que adentro hay un secreto que no tengo idea cómo develar. Mi hermana sí, lo veo en sus ojos.

Es lo mismo que me pasó cuando Belén me leyó por primera vez los poemas de este libro. Las dos sabíamos que se abría un espacio nuevo de comprensión que pudimos ir atravesando con calma y respeto. Como quien entra a su propia casa. Siempre con cuidado.

Voy a leerte algunos poemas de Belén, ¿puedo?, le digo a mi hermana que se sienta al lado mío y me escucha. Leo el poema donde la madre le enseña a silbar a su hija, leo el poema sobre el nacimiento, nace la hoja de la planta, nace la hija, nace la madre, nace ella. Mi hermana escucha y se le llenan los ojos de lágrimas. Se toca la panza. ¿Es ella, Belén, la que va a mandarme regalitos para la beba? Voy a escribirle para agradecerle. Entonces le muestro una foto de Are, la hija de Bel, mirá, tiene rulos rojos como tenía mamá, le digo, y nos parece tan simple todo, tan fácil.

Después le hago escuchar el audio donde Are me dice que está contenta porque voy a quedarme dos noches seguidas en su casa. La voz dulce de la infancia nos devuelve algo que a veces olvidamos. Y es como un mimo al alma, un mimo grande y dulce, algo que permanece. Como en el poema.

Lo que hace Bel en este libro es preguntarse una y otra vez, ¿es esta la vida?

Mirá vení, me dice mi hermana, acércate. Pongo la mano. La llamo, la beba patea. Siento ese contacto en la palma de mi mano. Siento más vida. Y hay algo que una quiere decir y no se logra. Ahí, nace la poesía. Para poder decir lo que no lleva nombre.

 

En Cuando morimos nos quedamos en casa, el mundo se mira de nuevo, la muerte no es la muerte y sí otra cosa. El pensamiento se vuelve una revelación, el pensamiento ya no piensa, ahora siente. Cito: Me enamoro de las plantas, los árboles, las flores, el olor del azahar, de la lluvia cuando profundiza, la negrura de la tierra que enciende el fuego que circula al vegetal, dice Belén en The living things.

O en Minúsculo:

De niña, en la puerta de la casa de mamá, las vi, decenas de hormigas llevándose con desesperación, los restos de un huevo de torcacita caído del lapacho de flores amarillas, la yema es dulce, pensé y corrí con la velocidad de un conejo como si pudieran, a mí también atraparme.

También el poema es el espacio para salvarse. Y para ver otra vez la dulzura incluso en el final de los ciclos. Hay mucha sabiduría en esta voz que puede aceptar e incluso invocar y respetar la naturaleza como lo sagrado. Aceptar el curso de las cosas. Hay ahí un gesto de humildad que se parece a la pureza de la infancia. Esa niña vive lo que también va a vivir esa mujer. Pero Belén sabe que la yema dulce permanece intacta.

Es posible volver a la primera vez, al festejo, a la celebración. ¿No es ese acaso el corazón de la poesía?

Te das cuenta de lo mucho que te importa tu vida, dice la voz del poema en Estilo mariposa. Todo ese amor es el germen de la posibilidad de otro mundo. Y los poemas de este libro son el retrato de eso.

La raíz de la planta que es la misma raíz que forma nuestra familia. La abuela, la madre, la hija. El entramado de mujeres que arman un destino.

En Cuando morimos nos quedamos en casa hay un tiempo que donamos y ese es un tiempo que no muere, es un tiempo vivo. Hay una posibilidad de permanecer en casa como si no hubiéramos olvidado que esta vida es nuestra. Que nos pertenece. Como dice la querida Diana Bellessi, tener lo que se tiene. Poder tener también al amor de pareja. Como este poema que desde que Bel me lo compartió, pasó a ser mi brújula, mi faro. Claro, es posible un amor así. Es posible solo porque podemos vivirlo.

Cito: No me digas, no importa eso ahora, quería contarte que ayer cuando salimos de casa, y nos fuimos cada uno para su lado, me di vuelta y en un impulso te vi, mirándome.

La hermosa posibilidad de detenerse es real, es real en la experiencia y eso aparece en el poema como una forma de quedarse ahí, de darle al instante lo que se merece, una atención, una marca, una señal. Lo que muestra Belén en este libro es la posibilidad de seguir amando así, en la primera vez de cada cosa. Detenerse en el punto justo. Eso ocurre en estos poemas. Eso puede ser posible, como morir quedándose en la casa.  Morir quedándose en el lugar nuestro, en nuestra cima, nuestro lugar de plenitud, nuestro corazón. Morir no como algo ajeno, morir para poder quedarse.

Como en el recuerdo. No sabía, aún, que los ojos podían recordar, dice. Recordar como volver a pasar por los lugares donde ocurrió la vida. O podríamos decir ocurre. Porque en este libro el tiempo deja de ser lineal y puede ser circular. Simultáneo.

Hace poco Bel me compartió esta cita de Silvina Ocampo: Siempre tengo miedo porque soy valiente. Se la dije a mi abuela, me dice, que se cayó el otro día y ahora tiene miedo de salir a la calle. Y esa frase la tuve conmigo durante días hasta que supe que me estaba quedando no solo con la frase sino con el gesto de Belén de haberla compartido así con su abuela. Con esa intención de rescatarla. Como en la poesía. Nos salvamos.

Cuando la voz del poema refiere en Lo impropio al nacimiento de su hija, lo hace con una sinceridad absoluta. La única que forma el poema. Cito: Sin salirme de esa incomodidad elevé los empeines flexioné las rodillas y bajé hasta quedarme

en posición fetal, procuré no tocarme sentí el agua correr en mi espalda la velocidad con la que latía mi corazón parecía querer huir hacia algún lugar pero yo estaba ahí, con el cuerpo partido,

otra vez, nacía.

Poder decir, poder nombrar. Nacer, morir, dejar morir y dejarse nacer.

¿Qué es el amor mamá? pregunta mi hija. Todo este libro es su hermosa respuesta.

 

 

Minúsculo

 

Seco yerba

al costado de la ventana,

en ese triángulo en el que sol se achica,

y la devuelvo a la tierra.

 

La luz es tenue en la cocina,

palpo la mesada

no quedan restos de azúcar, me digo.

 

Veo el horizonte

sin mirar alguna cosa

y se enciende el sonido

de las hormigas

crujiendo la tierra de la zanja

frente a la casa de mamá.

 

Vuelvo, de a ratos

a la cocina, a la mesada,

a la lisura fría del mármol

y vigilo el plato de la yerba,

las hormigas no deben acercarse.

 

Depredadoras de lombrices,

guardan en su pequeñez

lo salvaje

de un caníbal cualquiera.

 

El ruido y el detalle de sus pasos

me perturba.

La voracidad puede hilvanarse

en una fila y parecer infinita.

 

De niña, en la puerta de la casa de mamá,

las vi

decenas de hormigas

llevándose con desesperación

los restos de un huevo de torcacita

caído del lapacho de flores amarillas,

la yema es dulce, pensé

y corrí con la velocidad de un conejo

como si pudieran,

a mí también

atraparme.

 

*

 

Cuando morimos nos quedamos en casa

 

En las tardes de otoño, mi hija y yo

preparamos té de jazmín en una tetera china,

la hoja seca tiene un aroma hermoso, decimos

y nos acercamos para olerla.

 

La hoja mojada con el agua se transforma,

tiene un color nuevo, como rosado, parece otra.

el agua que pasa por la hoja

con la ligereza con la que el agua atraviesa las cosas,

conoce el reposo.

 

Hay dos pocillos en la mesa

dorados y rojos,

con el dibujo de un dragón

que con el fuego de su boca

puede calentar el universo

y todo lo que entra en esa taza.

 

¿Qué es el amor mamá? pregunta mi hija

y me dice que el amor es querer a otro,

quererlo mucho,

que siempre hay otro que te quiere

que el amor no es para siempre,

y que dura el tiempo que estamos vivos.

 

Después, se acerca

y al oído, bajito, confirma

que me ama todavía porque no murió,

me dice que no tengo que preocuparme

que cuando estemos muertos va a haber otros

viviendo y amando

y que por eso

cuando morimos nos quedamos en casa.

 

*

 

Sólo si alguien nos ve

 

Hay olor a tierra mojada en el baño

de mi casa

veo una hormiga sola

en medio del cerámico,

se retuerce,

tan chiquita y dorada,

parece dividirse.

 

Me inclino para estar más cerca,

todo su cuerpo pelea

entre dos extremidades

y me pregunto si soy capaz

de ayudarla.

 

No alcanzo a distinguir sus ojos

diría, por la fuerza con la que se mueve,

que los tiene cerrados.

Con el pie podría matarla

pero ¿cómo sé que está muriendo?

si hablara, me pediría

que no deje

de mirarla.

 

María Belén Campero nació en Rosario en la primavera de 1978, estudió y se doctoró en Filosofía. Hace investigación y coordina talleres de Filosofía en su ciudad. Recibió en 2010 el primer premio del Concurso Anual de Ensayos Legislador José Hernández y en 2018 se publicó su primer relato filosófico dedicado a niñas y niños: Mine y el tiempo. Una aventura puede comenzar en tu ventana. Si tiene que definirse, aunque prefiere evitarlo, dice que es una mujer trabajadora.