Inés Aráoz - Hacia la luz dorada, pulsión dadora

 

Mikrokosmos (1985)

Poema I

Punto

          Flamígero punto

el Poema

 

De Los intersticiales (1896)

ACHE EFE

A Hugo Foguet

I

Es un amor que no puede ser contado.

Es el amado en el centro del poema quizás, y su poder

     extraño, ni siquiera sol, ni siquiera Ulises.

Extranjero canto, meridiana y noche, distante y claro,      convocando.

Y yo nada, mis cabos sueltos, mi fuerte mirada ya sólo en

     el amado, en él disuelta,

     yo nada.

No es un amor de pequeñas algarabías. Es una luna en

     llamas —y tan sin peso yo en ella— y su cielo un      serpentino mar impío que la refleja.

Es un amor que empezó oscuro como un presagio, el pico

     curvado del cazador en los sueños de los amantes y la

     voz oracular e íntima de las cosas sin nombre

calcinándolos.

 

El amor de dos poetas, solos, en el centro del poema.

 

II

 

Por sobre todo estabas vivo cuando morías

     y yo te amaba.

Amé tu pecho seco y la avidez

   de tu boca y de tus palmas.

Recordé el coraje del volatinero

   al tensar la cuerda.

¿Qué es la muerte del amado?

Es el árbol

              la ceniza

                         el gesto tierno

    de lo cotidiano.

El capullo de la rosa china

   entre las aspas de un molino.

Radiación traviesa del poema

    en la piedra azul que lo refleja.

Alternancia de la luz y de las nubes.

                   Es aquello que

     no debe ser nombrado.

                                  La voz

sin pronunciarse.

                 El tajo

en el corazón.

                 El mío.

 

Soy yo la muerte del amado

 

De Ría (1988)

 

Si la sabiduría toda está en el hombre, inmemorial

Si el universo, recamado y fulgurante, está en el hombre

 

Si el amor es la puerta y su misma llave

Si la ciencia es sólo una formulación distinta

Si el lenguaje es formulación, asimismo fulguración

Paraíso e infierno una misma célula, riente o colérica

Y la alegría es Dios

 

Qué error pensar la eternidad como el coronamiento del

      cordel en un barrilete.

 

…………………..

 

Bien podemos decir que somos un texto de palabras no  

   pronunciadas

Cualquier asentimiento sólo el deseo fundante de la

  primera piedra

 

 

Iruya

Qué puedo decir del paisaje

Si todo lo olvido al segundo

Salvo la imagen de mi cuerpo osado

Mirando en lontananza

Es esto lo que queda: un inmenso

Cuerpo de puro espacio

De puro espacio

 Y silencio

Pero sobre todo un muro

La mía frente

Resistiendo ese fraseo del viento

Como un movimiento suave del paisaje

De puro viento

En la mía frente

 Y además, alcanzo a recordar

 Esta piedra en punta

Que me he traído

Esta piedra que entonces vi

Torneada por el viento -vi y pensé

 Y mis manos hasta ella se llegaron

 Y con todo su peso me la traje

Como puede un paisaje, una madre

Llevar a su niño en brazos 

Sin más pensar oteando

El espacio profundo

Profundo

Azul

¿Sería azul?

 

 

 

 

Hokusai

Dedicado a Adriana Aráoz y Eduardo González

 

Una única manzana se pudría al sol

Y las gaviotas alineadas escrutaban la pesca

Yo me hubiera vestido de blanco ese día

Con ropas sueltas

Y hundiendo mi peso en la arena

De bajíos y promontorios

Desportillando conchillas y pequeños crustáceos

Con la altivez de un ave tacina

A la que los perros de los médanos no dan alcance

Hubiera partido el horizonte

 

La estrella en su frente partía el horizonte -decían

 

Engalanada y feroz, rebasando su propia cresta

La ola de Hokusai, la de Hokusai tan sólo

Suspendida

De un salto prodigioso

Avanzó sobre el mar distante

Es la cueva del amor -pensé. Y mi vientre

Empezó a crecer mientras el mar se retiraba

Hacia el este voltearon las gaviotas su bauprés de oro

Y se hundieron, augurales, en la jornada blanca

 

Y en verdad  había restos de alquitrán

En las plantas de mis pies

Y mis labios de por sí acostumbrados a la embriaguez

De la palabra

Percibían de pronto la sal del padre y de la madre

Y se reían -¡reírme así, yo, tan pequeña!-

De las historias del amor que con la muerte se acicalan

 

Acodado en la arena

En la profundidad última de lo dicho y de lo no dicho

Y aun de aquello que no debe nombrarse

Un rostro bruñido por el sol

Perseguía burlonamente la cintura efímera del agua

 

Hokusai se interna en la espesura verde

Y el viento arrastra los huevos apergaminados

      de los caracoles

 

      Un tronco yace en la playa como hombre dormido

 

 

I

Se rasga un corazón

Cuando se deja ganar

Por el asombro

El Salado

Por caso

Con su cauce seco

El ávido cauce del Salado

Con su suelo cubierto

De emplastos cuarteados

Aquí y allá perdidos esteros

O charcas grandes de aguas verdosas

El suelo cubierto con flores de piedra

Rosado suelo el carapacho de los gliptodontes

Un casal de bandurrias

Vuela graznando en la lejanía

Pero aquí, en el mismo centro

El tiempo, por un segundo

Ha cesado de transcurrir

Déjame llorar -me digo

Déjame que llore

 

He de llorar

Lo sé

 

II

Charcos. Perdidas aguadas

Muy altos pasaban los patos, en formación

Un curso seguían y volvían a pasar

Discutíamos por el graznido de unas bandurrias

Flamencos no había ni huellas de querandíes

En Singuil, muy lejos, había visto yo cruzar

Una liebre por el río de piedras seco

Aún la veo a esa liebre

Como puedo verte ahora

Extendida en el manto de conchilla

Como si fueras una mínima hojita verde

Y salada -insistías, son saladas, Inés

Y como si fuera tu voz oí que decías

Recién empiezo a vivir

Miraba yo el cielo, el rastro, la estela

 De un avión

Sobre nuestras cabezas, describiendo círculos

Se sostenía el vuelo blanco y silencioso

Del gavilán

Llegué a pensar Es Beethoven, lo sabía

O esa palabra japonesa

Kazoedoshi

Que un poeta

Me acababa de entregar

Y que hablaba de contar la vida

Desde su concepción

Como si pudiera atarse en una misma célula

Henchida y transformada

La impecable curva

De la totalidad

Lo que llamamos muerte

Y la concepción -el vuelo se estaba en su centro

En un cauce como éste

Con la sal de la vida salpicando

El abajo, el arriba, el Norte-Sur, el Este, el Oeste

Al agua, en este cauce, la llevaban nuestros cuerpos

Y el agua -te decía, qué haríamos

Si viniera el agua grande del arriba

(Como días después venía)

La riada encabritada en el barranco

Acarreando nuevos huesos, leños podridos

Y lo que más en ella atrajera

El desafío oculto o la amenaza

De un permanente, encendido ronroneo

Y los pájaros

Y el horror de muchos escapando de la inundación

Y las raíces retorcidas manoteando imaginarios peces

Arrastrados por el barro

Pero ahora sólo piedras que no son tampoco piedras

Y a lo mejor por eso nos mirara el gavilán Beethoven

no fuera acaso

Sino un buscador de aguas

-Convertido el cangrejal en tosca-

Que nuestros cuerpos guardaban

Y aún me pregunté ese día

(Porque Beethoven estaba, como estaban también

Los hacedores de círculos)

Por el poema, los artistas, o el inefable brillo

Del Akhal Teké, un caballo del desierto

Conformado con mínimas partículas

De luz

Y pensé en la voz ¿no fuera la voz

El toque final de la piedra, del árbol?

Cumplimiento

La oposición colmada de la luz

En el perfecto tono

Hacia la luz dorada, pulsión dadora

De la gran estrella.

 

 

 

De Notas, bocetos y fotogramas (2010)

 

Principio de los tiempos

 

Lo que quise saber de ti

No estaba ya en ti

Estaba en mí

Cuando tu arco se tensó

 

Y desde tus ojos te miraba

En mí, samurai

Y desde mi centro

Partimos juntos en la flecha

Al vacío infinito

 

Inés Aráoz nació el 9 de enero de 1945 en San Miguel de Tucumán, ciudad en la que reside actualmente. Realizó estudios de lengua y literatura inglesa y de música y de lutheria en la Universidad Nacional de Tucumán. Publicó los siguientes libros de poesía: La ecuación y la gracia, 1971; Ciudades, 1981 (mención y recomendación de publicación Premio Ricardo Jaimes Freyre 1981, con un jurado integrado por Olga Orozco, Roberto Juároz y Raúl Gustavo Aguierre); Mikrokosmos, 1985; Los intersticiales, 1986 (mención especial del Premio Nacional de Poesía 1984-1987); Ría, 1988 (tercer premio de la Fundación Argentina para la Poesía); Viaje de invierno, 1990, Las historias de Ría, 1993, La comunidad. Cuadernos de navegación, 2007; Echazón, 2008; Pero la piedra es piedra, 2009; Agüita, 2010; Notas, bocetos y fotogramas, 2011; Al final de muelle, 2016. Rojo torrente de fresas, 2012, reúne sus traducciones del ruso de Anna Ajmátova y Marina Tsvjetáieva. Su relato Balada para Román Schechaj, publicado en 1997, apareció en edición bilingüe en español y en ruso en 2006. En 2012, la editorial Hilos publicó Barcos y catedrales una antología de su obra.