La piel de la oruga - Melisa Mauriño

En los ojos de un hombre

 

Yo vi el deseo revolver el agua

desde el fondo del barro

y enredar sus ofrendas como lenguas de mar

en los ojos de un hombre

 

lo vi despojado y se parecía tanto

a mí como yo misma

me he visto sonreír

en la luna de un espejo clavado al muro

en una fotografía

tomada dentro de un sueño

 

vi el deseo llevar mi piel sin curtir

echada sobre los hombros

cuando él me desvestía

y desordenar los rasgos de todas las mujeres

que habían estado antes

de mí

 

lo vi estirar los ligamentos de la noche

hasta desarticular el abrazo inválido

sobre la cama abierta

y rezando de rodillas

llevarse a la boca

un rosario de esperma

 

nunca pude hacer entrar

el beso

dentro del beso

el océano

dentro del oleaje

regresaba a sus labios

cada anochecer con más fuerza

para romperlos y sanar

para volver

 

yo vi el deseo en los ojos de un hombre

arder como el insecto

que aplastado por la luz

siente estallar

en su vientre

una molécula de sangre.

 

 

 

Yo dije el mar

 

Una vez yo dije el mar

y estábamos desnudos

vos y yo

como dentro de una caja de zapatos

con algunos orificios

para el aire

 

lo recordé ayer

al bajar del colectivo

que me deja justo

frente al hospital

del cáncer

 

esperando un cambio de luz

para cruzar la calle

vi la playa

tan vacía como antes

esa tarde

bajo el peso de tu cuerpo

 

un paraguas destrozado

como un ave marina

que deja sobre la arena una huella

a la par que la borra

 

mientras la piel

pegada a los huesos

varillas de metal que sostienen

la lluvia, se agujerea como tela

del color de la carne de un molusco

 

ahí estaba

un paraguas caído

cadáver de alas abiertas

en medio de la calle el dolor

de inventar otra vez

el recuerdo del mar

 

yo dije el mar

como podría haber dicho

la cama

con las sábanas revueltas

como espuma

 

 

 

Polvo amarillo en el viento de la noche

 

A Zeus

 

 

La casa se llenó de polvo amarillo

era otoño, en la ventana golpeaban las luces

del último día

 

fingí mi propia ausencia con un grito

feroz como los que se pelan cuando hierve

la sangre y se oscurecen las calles

 

sujetaba entre mis dedos el temblor

animal en celo

cuando arrimé los cuerpos: la fragancia, la pinza del pene

hasta acalambrarme las manos

con sus suaves lentejuelas

 

llegaste esquivando los cables

un planeador de hueso, de caída

viniste a morir en tu hembra

a esparcir tu siembra sobre el terremoto

antes de caer vuelto cenizas o harapos

 

pero no pudiste, yo tampoco

supe encontrar las venas de las hojas

la fórmula contra el olvido

 

te devuelvo al aire con un beso

que suelto entre tus alas

detrás de tu muerte

acaricio la cicatriz del árbol

donde escondiste tu alma, amarilla

la mordida de las flores

 

derramo mis ojos en el cielo

un incendio, pulpa cadavérica de estrellas más viejas

como hijos que devoran

la carne de sus ancestros, su ademán

 

tiemblo, te apagás como el árbol que desaparece

bajo su sombra tendida al sol

escribo tu huella en la tierra del poema

abro mis manos

polvo amarillo en el viento de la noche

te veo volar.

 

 

 

 

Psyché

 

                        A Midori y Anastasios

 

Ya eran casi las cinco

del verano

la línea entre los postigos

se filtraba rosada, fulgurante

como una espada de luz

cortando con su filo la noche

desnudando las horas

sin sueño

 

se abría rechinando

la mañana fresca

amarilla

en su vaivén metálico

golpeaban inseguras las ventanas

como alas de la casa

demasiado pesadas

para este cuerpo frágil

 

de par en par las dejé

para oír mejor

el otro aleteo, desesperado

más verdadero

un grito que desconoce la lengua

como si el viento modelara la carne

con su soplo inocente

y aún supiera

algo del mal

 

así se agitaba la polilla

dentro de su jaula

volaban sus pelos, afuera

como las suaves plumas

de una guerra de almohadas

pero sin risas

 

también mujer, pariendo con dolor

agarrada a las rayas diamantinas

de su encierro

malherida, pujando fuerte

cada uno de sus huevos

a la vida

 

algunos sobre su abdomen

y yo con un pincel

que no pinta, otra caricia

dejándolos caer

de su vientre convulso

 

te dije no duermo si ella sufre

nunca vi la muerte, tan pegada

a la vida

 

es tan raro que la oruga

no sepa de polillas

de sus padres, de sus hijos

sólo de orugas y hojas

y se olvide

cuántas veces muere

cuántas vive

y después el letargo

en esa bóveda de oscuridad

 

se olvidan de sí, se creen orugas

como nosotros creemos ser niños, bellas, jóvenes

esclavos, enfermos, soldados

creen que siempre

van a ser orugas, y nada más

 

también nosotros

confiamos en eso

hasta que la muerte llega

definitiva

 

pero las polillas no conocen la muerte

sólo un puente

porque dejan la piel en la tierra

para subir al cielo, el cuerpo

una cáscara suave vacía

y volar todavía más alto

entre las nubes

donde no llega la vista

 

por eso mañana cuando encuentre

irreconocible un cuerpo

vivido y abandonado

al viento y su soplo

sabré que no es la muerte

sabré reír

 

sabré por qué las llaman psyché

como al alma

que huye rápido de una piel cansada

con ansias de llegar sin peso

al nuevo amanecer

 

 

 

 

 

 

Melisa Mauriño

Nació en la provincia de Buenos Aires el 13 de diciembre de 1985. Es Licenciada en Psicología egresada de la UBA. Hizo su Residencia en Psicología Clínica en el PRIM Hurlingham. Actualmente es residente de la Residencia post-básica interdisciplinaria en Cuidados Paliativos en el hospital “Dr. Enrique Tornú” y docente en la Universidad Favaloro. Escribe poesía y narrativa. Ganó el primer premio del 1er. Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro “La piel de la oruga” (Viajero Insomne, 2016).