Delmore Schwartz, la vida de un poeta americano

Por Walter Cassara

Somos terriblemente egoístas e injustos con los muertos. Quisiéramos cobijarlos al abrigo de nuestros mejores recuerdos, y a cambio les ofrecemos una posteridad inmutable como una piedra, donde paradójicamente quedan excluidos para siempre de ellos mismos. El caso de Delmore Schwartz es emblemático al respecto: uno llega a él a través del recuerdo de otros escritores que lo conocieron: Bellow, Berryman, Lowell, etc. Su obra parece secundaria en relación a su vida, y su vida también ha quedado relegada a las sombras: no es suya sino que es “la vida de un poeta americano” (de hecho, así se titula su biografía, escrita por James Atlas); la vida de un poeta americano, vale decir: la vida de un mero epítome, de un expediente clínico o jurídico, de una falacia ad hominem.

¿En qué punto un poeta deja de vivir su propia vida y empieza a vivir su biografía literaria? ¿Y cómo habrá sido exactamente la vida de un poeta americano entre los años cuarenta y cincuenta? En principio, tiene que haber crecido en un barrio pobre de Brooklyn, tiene que ser judío con ciertas tendencias izquierdistas y con amplios conocimientos humanísticos acerca de todo: desde el psicoanálisis y el cine, pasando por el automovilismo y los scores de la liga de beisbol. Luego, debe tener una carrera literaria breve y fulminante, con éxitos definitivos y prematuros, y sobre todo debe sobrellevar un magnífico descenso a los infiernos, nimbado de ginebra y barbitúricos, largos litigios en tribunales y varias estadías en el manicomio.

 

Una vida ciertamente agitada, aunque bastante monótona a la larga, salvo que uno abandone la poesía a los veinte años y se consagre a mercadear en el desierto, como hizo Rimbaud. No obstante, Delmore no fue un velocista tan alígero como el adolescente de Charleville; todo lo contrario, al igual que uno de sus grandes maestros, Scott Fitzgerald, quedó muy pronto a la zaga de su propia juventud y prisionero de su propio mito, y debió cargar sobre sus hombros la eterna maldición del american dream. A los treinta años estaba completamente acabado; quizás poseía aún las fibras elásticas y explosivas de un corredor de velocidad, pero sus músculos y su alma eran los de un buey molido a palos.

 

Lo peor que le puede ocurrir a un poeta es perder su facultad de ser imprevisible, vivir una vida prestada, convertirse en un estereotipo. Los muertos ya no pueden asombrarnos. Lo peor y lo mejor que le pudo ocurrir a Delmore Schwartz fue “reencarnar” en Von Humboldt Fleisher, el personaje de El legado de Humboldt, la célebre novela de Saul Bellow. Sin duda, este libro es un lúcido y genial homenaje a la leyenda del poeta, pero es también un mausoleo asfixiante del que su verdadera vida ya nunca podrá escapar. El mausoleo es América y el estereotipo es el más patético de todos: el del artista fracasado y condenado a deambular como un zombi en los márgenes de una sociedad despiadadamente materialista.

 

La vida de un poeta americano es simplemente un calco de lo que podría haber sido una vida verdadera, en ese minuto en que llega a ser efectivamente cierta y que sólo puede traducirse en un anonimato tácito, y acaso, en muy contadas ocasiones, en un buen poema. La única chance que tenemos para redimir a Delmore Schwartz de todo ese parloteo esnob que rodea su figura, es asombrándonos con su poesía, que es un territorio virgen, o que casi no ha sido explorado. Todo lo otro, como diría Enrique Lihn, no es más que un epílogo en el diccionario total de la oscuridad.

 


 

Selección de poemas
(Versiones de Daniela Camozzi y Walter Cassara)


En este momento

Algunos, los inseguros, me reclaman. Temen
el as de espadas. Temen
los amores que se brindan de golpe, alejándose de la chimenea.
Dulces en su firmeza. Y desconfían
de los fuegos artificiales junto al lago, primero el estruendo,
y después las luces de colores en lo alto.
Llenos de dudas, son pura envidia
del César en su vuelta a la proa.
Atrapados en la piedra de su acto y su cargo.
Mientras los instrumentos de metal
arrancan brillantes sobre el agua,
ellos se quedan entre la multitud a lo largo de la orilla,
conscientes del agua bajo el Supremo. Lo saben. Con los ojos
fijos en el agua

me perturban, me exigen. No es cierto
que “nadie es feliz”, pero ese no es
el sentido que te orienta. Si somos inacabados
(lo somos, a menos que la esperanza sea un sueño equivocado),
entonces tenías razón. Me tiras de la manga
antes de que hable, con tu amistad hecha sombra,
y así recuerdo que a nosotros, los que seguimos,
nos llevan las nubes que oscurecen la medianoche.



Toda la noche, toda la noche

                                    "He llegado a conocer la noche"
                                                                   Robert Frost


Viajé en tren toda la noche, en una luz mortecina.
Un pájaro de voluntad inusitada volaba en paralelo.
Con el ánimo y las maneras del ensueño diurno,
los demás pasajeros dormían, leían,
esperando y esperando el lugar para ser reubicados
en la vía exacta de la seguridad o en el casillero del accidente.

Miré por la ventanilla hacia la noche, y no pude distinguir
las luces de las ciudades por las que pasábamos
de las lámparas amarillas entumecidas en el cielorraso.
Y el pájaro volaba en paralelo, inmóvil, mientras el tren
avanzaba en la línea recta de su silbido, raudo
sobre las vías tensas, rasgando el vacío, reconocible.

El centro hastiado de esta visión y de este estado de las cosas
no levantaba los ojos de las páginas lustrosas de la revista
(buscando lo nuevo y lo desconocido), y sus ojos cayeron
en el pozo de la oscuridad sin fondo bajo el lustre.
Y él era apenas uno entre ocho millones de pasajeros y lectores.

Y todo el tiempo bajo la sonrisa vacía el tambor
del largo y decidido viaje se sacudía y lo traspasaba
y el cuerpo le respondía con mímicas y ecos.
Entonces el tren, como una lluvia torrencial e imprevista,
comenzó a acelerar y a triturar. La noche callada o pasiva,
presionado e impresionando las frentes de los pacientes
con una apretada imagen de la locomotora y su urgencia
avanzaban por un rayo de luz rasgando la noche,
cambiando y transformando el silencio
en una violencia de vapor, ruido, humo y sucesión.

Un niño aburrido fue a buscar un vaso de agua,
y lo volcó porque el agua también
se aburría y para dar la pelea vana del aburrimiento.
El niño, al regresar, miró por encima del hombro
de un hombre que leía, hasta que el hombro se enojó.
Un mujer gorda bostezó y sintió las gotas del líquido
derramarse por el entramado de tantas cenas.

Y el pájaro voló en paralelo y en paralelo volaron
las líneas de los postes de teléfono, como trazadas
por un lápiz negro, crucifijos a intervalos regulares,
un poste tras otro, cruzados tres veces,
de campanas azules, de árboles anónimos.

Y entonces el pájaro gritó, como si nos gritara a todos:

Ah tu vida, tu solitaria vida,
¿qué has hecho de ella,
qué, del gran legado de la conciencia?
¿Qué vas a hacer de tu vida
antes de que el cuchillo de la muerte
te dé la última respuesta, la única correcta?

Yo, por mi parte, me sentí, en mi corazón, como quien cae,
cae en un paracaídas, cae sin remedio, y siente
la infinita corriente del abismo que lo arrastra hacia abajo,
un payaso que sin remedio y eternamente cae, horrorizado:

Así es como la noche pasa, este es
el viaje interminable hacia el famoso inconmensurable
abismo.




Los perros son shakespeareanos, los niños son extraños

Los perros son shakespeareanos, y los niños, extraños.
Que Freud y Wordsworth analicen al niño,
Y los ángeles y los expertos en Platón, al perro,
al perro que pasa corriendo y se detiene, dilatando la nariz,
y luego ladra y mueve la cola; el niño que pellizca
a su hermana, la chiquilla que cantaba el villancico
de la Noche de Reyes, como si entendiera
del viento y la lluvia, el perro que gemía
al escuchar el concierto de violines.
¡Qué tristeza cuando veo a un perro o a un niño!
Porque son extraños, son shakespeareanos.

Dinos, Freud, ¿podría ser que los dulces niñitos
tengan sueños horrorosos sobre funciones fisiológicas?
Y tú, Wordsworth, responde, ¿están en verdad los niños
coronados de gloria, tanto saben de la oscura Naturaleza?
El perro y su humilde búsqueda en la tierra,
el niño que atesora sueños y tiene miedo de lo oscuro,
no saben ni más ni menos que tú: saben muy bien
que ni el sueño ni la infancia dan la respuesta correcta:
Ustedes también son extraños, y los niños, shakespeareanos.

Respeta al niño, respeta al animal,
saluda a los extraños, y considera las cosas de cada día,
porque el cielo y el infierno están aquí,
pero esto, esto que decimos antes de arrepentirnos,
esto que vivimos detrás de nuestras caras ocultas,
no es sueño ni es infancia,
no es mito ni paisaje, no es definitivo ni está terminado,
porque estamos incompletos y del futuro no sabemos nada,
y aullamos o bailamos hasta quedarnos sin alma,
en sílabas acentuadas antes del telón:
nosotros somos los shakespeareanos; nosotros, los extraños.




Un pequeño hijo y su madre embarazada

A los cuatro años la Naturaleza es montañosa,
misteriosa, submarina. Esto lo sabe

hasta un niño de ciudad, al escuchar el rumor
del subterráneo en lo profundo. Por la rejilla

resbaló su moneda, y así supo de la pérdida,
ese centavo irrecuperable del destino,

y ahora el más novedoso de los misterios,
se impone ante sus ojos honestos, precavidos.

La madre demasiado gorda, demasiado distraída,
lejos de él su mirada, sin ver su rostro, sin verlo

a él, su perfume, su encanto, su hora de ir a dormir,
su leche tibia en la noche más oscura, la primavera

tardía, extraño deseo, y el tiempo vertiginoso,
este distanciamiento que crece despacio

(su madre antes tan esbelta, casi siempre enferma,
fue su monumental padre quien hizo este hechizo)

Y la explicación para el miedo sigiloso y contenido,
otra criatura que se engendra y se empieza a amar:

si todos los hombres son enemigos,
¡hasta los hermanos pueden expulsarse de sus madres!

No hay mejor ejemplo que este hermano sin nacer
y el exilio que le enseña de su madre,

medido según la distancia de aquí al cielo,
y dicho en dos palabras apenas,
yo soy yo.




Paráfrasis de un sueño de Whitman, con el reconocimiento y la vitalidad de Renoir

Veintiocho mujeres desnudas se bañan en la costa
o cerca de la ribera de un lago montañoso
veintiocho muchachas, todas bellísimas,
dignas de posar para la cámara de Mack Sennett
o de bailar en el coro de Florenz Ziegfield.

Jugaban con el agua y nadaban con la maravillosa
irreflexión de su belleza y juventud
en la espontaneidad absoluta del verano, entre raptos
de una conciencia
más aguda, más intensa, más suave
debido a la sedosidad y suavidad de las aguas
que se hacían sangre con la energía
encendida por la desnudez de los cuerpos,

electrificada: deificada: imposible de negar.

Un hombre de unos treinta años las contempla desde lejos.
Vive en un calabozo de diez millones de dólares.
Es rico, buen mozo y está parado, vacío, detrás
de las cortinas de lino
y desde ahí las contempla.
¿Cuál de ellas le parece la más deseable, la más hermosa?
Todas son deseables y hermosas por igual desde su dorada
/distancia.
Es que si la pobreza oscurece la discriminación y convierte
a la percepción en algo demasiado vívido,
el oro de la riqueza es también una forma de la ceguera.
O no fue un francés el que dijo, aunque esto sea América…

Pero lo que dijo no es del todo exacto, aquello
de que una mujer desnuda demuestra la existencia de Dios.

¿Pero adónde va?
¿Va a reunirse con ellas, a jugar y a reír con ellas?
No lo vieron, aunque él sí, y así estuvo allí, entre ellas.
Las vio como no habría podido hacerlo si hubieran
notado su presencia
o la de los hombres en su total desenfreno:
este es su encanto y su miseria,
al poseerlas solo en la mirada.

…sintió el misterio del bosque, supo de la suavidad de junio,
la tibieza que lo rodeaba crujió
y tras la mansarda, desde el tejado de esa casona,
vislumbró la luz opaca de las hojas quebradizas del año pasado,
ya caídas, escudriñadas primero, ignoradas después,
entrevistas por la muerte al caer,
el invierno enlutado y el renacimiento de mayo.



El reino de la poesía

Es como luz,
es luz,
necesaria mientras alumbra, mientras seduce y
fascina…


…Ciertamente, la poesía es
más atractiva, más valiosa
y mucho más seductora
que las Cataratas del Niágara, el Gran Cañón, el Océano Atlántico
y otros admirados fenómenos naturales.
Es necesaria mientras alumbra, y mientras es hermosa.
Es prepóstera
con precisión, hace que sea posible decir
que no se puede cargar con una montaña, aunque un poema puede cargarlo todo.
Es monstruosa
con amabilidad, porque puede decir, seriamente o en broma:

“La poesía es mejor que la esperanza,
“porque es la paciencia de la esperanza, y todos los cuadros vivos de la esperanza,
“la poesía es mejor que la exaltación, de hecho es más placentera,
“es superior al éxito y a la victoria, y resiste en su tranquila beatitud
“mucho tiempo después que la gesta más grandiosa, como fuegos de artificio que se arman y caen.
“La poesía es de lejos el animal más poderoso y fascinante
“que ningún bosque o jungla, ningún arca, circo o zoo pueden poseer.”

Por eso, la poesía enaltece y agudiza la realidad:
porque afirma que la realidad es magnífica, pero también estúpida:
por eso, la poesía, en cierto sentido, es omnipotente;
porque la realidad es variada y rica, vívida y poderosa, pero no alcanza
ya que es caótica y estúpida o sólo a ratos, y errática, inteligente,
porque sin poesía, la realidad es muda e incomprensible,
es rudimentaria, como la magnificencia y ampulosidad del trueno:
sus peroratas en torno a la incesante oración del océano:
por eso el brillo y la gloria de la realidad, sin poesía,
se apagan, como los rojos ópera del atardecer,
los ríos azules y las ventanas de la mañana.

El arte de la poesía hace posible afirmar: Pandemonium.
Porque la poesía es exacta y alegre. Y dice:
“el atardecer recuerda a una corrida de toros.
“Un remo en el sueño suena como soda, burbujea.”
La poesía resucita el pasado desde la tumba, como Lázaro.
Trasfigura un león en un fénix y una muchacha.
Y confiere a la muchacha el esplendor del latín.
Transfigura el pan en vino y cada matrimonio en Caná de Galilea.
Porque es verdad la poesía ha inventado al unicornio, al centauro y al fénix.
De ahí que es cierto que la poesía sea un Arca indestructible,
un autobús que admite, conduce e impulsa la mente de todos los animales.
De ahí que haya otorgado y otorgue una lengua a la compasión,
por lo tanto una historia de la poesía debería ser una historia de la dicha, y una historia
del misterio del amor
porque la poesía proporciona espontáneamente, con libertad y abundancia
un nombre a las mascotas y los diminutivos que el amor requiere y sin los cuales
el misterio del amor no puede ser dominado.

Por eso la poesía es como luz, es luz.
Brilla sobre todas las cosas, como el cielo azul, con la misma justicia azul.
Por eso es el resplandor de la conciencia:
y es también la tierra de los frutos del conocimiento
en los huertos del ser:
nos muestra las delicias de la ciudad.
Alumbra las estructuras de la realidad.
Es motivo de conocimiento y de carcajadas:
afina los bisbiseos del ingenio.
Es como la mañana, como las flautas de la mañana, cantando encantadas.
Es el nacer y el renacer de la primera mañana para siempre.

La poesía es ágil como un tigre, astuta como un gato, vívida como una naranja,
no obstante, nunca muere: es de hojas perennes y está siempre en flor;
aun mucho después que faraones y césares se han extinguido,
ella brilla y resiste más que los diamantes,
porque la poesía es la actualidad de la posibilidad. Es
la realidad de la imaginación
es la garganta de la exaltación,
la procesión de la posesión,
el movimiento del entendimiento y
el entendimiento de la mañana y
el dominio del entendimiento.

El encomio de la poesía es como la claridad en las alturas de la montaña.
Las alturas de la poesía son como la exaltación de las montañas.
¡Es la realización de la conciencia en el país de la mañana!